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Descartemos, antes de comenzar, un espejismo. En Euskadi, los dos partidos nacionalistas han obtenido sus mejores resultados en un momento en que el entusiasmo abertzale se encuentra, según todos los sondeos, en su nivel más bajo. La paradoja tiene explicación. Los ganadores, para serlo, han ... tenido que modular hasta el extremo toda estridencia nacional y abrirse de manera casi exclusiva a los asuntos económicos y sociales que hoy preocupan al electorado. El resto lo ha logrado el escaso atractivo que han desplegado los partidos que llaman constitucionalistas y que, más neutramente, denominaremos de ámbito estatal.
A la hora, por tanto, de gobernar, que es de lo que en estas líneas va a tratarse, ni el espejismo ni la paradoja deberían ser determinantes. Serían, así, pura pérdida de tiempo los mohínes o las escaramuzas que, de una u otra parte, se escenifiquen de cara a la elección de socio con que formar gobierno. Por lo que concierne, más en concreto, a EH Bildu, la idea expresada por su coordinador de abrir, a tal fin, una especie de ronda con los partidos de izquierda es mero enredo e intento vano de incomodar a su máximo rival, el PNV. La suerte está echada, en este sentido, desde que comenzó la campaña. Jeltzales y socialistas dejaron clara su voluntad de repetir coalición. Cualquier cambio, a votación pasada, la entendería el electorado como engaño. Ni lo avalan los resultados electorales ni lo recomiendan las circunstancias del país. La primera y más urgente tarea de ambos es, en consecuencia, hacer cuanto antes lo que se comprometieron a hacer ante el electorado. La prontitud no es una opción, sino el deber más acuciante. Medio país ha tenido que renunciar a sus vacaciones de agosto.
Por otra parte, nunca como en esta ocasión han estado tan claros los objetivos a fijar y las medidas a poner en práctica, ya que nunca tampoco ha impuesto la realidad su mandato con tanta autoridad. Hacer frente a la pandemia que aún amenaza, así como superar sus efectos en el orden socioeconómico, son las tareas que deberán ocupar toda la legislatura. Si se afrontan con solvencia, ésta no habrá sido en vano. Y no estarán permitidas las distracciones.
Asuntos de orden más ideológico y, por tanto, más divisorio que quedaron sobre la mesa al concluir la pasada legislatura deberán esperar su turno. El electorado dice claramente cada vez que es preguntado que ni le urgen ni siquiera le interesan demasiado. Sería, pues, del todo inoportuno reabrir por tercera vez el debate sobre una reforma estatutaria que todos saben los derroteros por los que se adentraría. Por no mencionar el error que se cometería si se permitiera, una vez más, que nocivas influencias externas desestabilizaran nuestro precario equilibrio interno y nos distrajeran de lo que importa. Hoy lo urgente es lo importante.
Llegados a este punto sería, además de superfluo, impertinente por mi parte ahondar en los puntos concretos que habrían de abordarse. Se han enumerado cada vez que se ha hablado de la necesaria reconstrucción del país. Al nuevo Gobierno le tocará jerarquizarlos de modo que todos sepamos cuál es el orden de prioridades. La reestructuración a fondo del sistema sanitario, comenzando por la salud pública y la atención primaria, habrá de ocupar, en todo caso, la cabecera, tratando de pasar de la medianía a la excelencia. A la par, esta trágica experiencia ha demostrado que está aún por construir un auténtico sistema de servicios sociales que dé cobertura satisfactoria a los más vulnerables. Y, en el área socioeconómica, muy poco se haría si, además de reordenar el sistema laboral, todo se limitara a rehacer lo devastado, sin poner la mira, sobre todo, en una innovación acorde con las nuevas exigencias globales, así como en una investigación básica y aplicada que nos sitúe entre los mejores. Cualquier otra cosa no estaría a la altura del desarrollo que el país ha alcanzado y del que tanto se alardea.
Es probable que la mayoría absoluta no sea, por sí sola, fuerza suficiente para acometer la tarea. A la vez, la experiencia enseña que el de ampliar acuerdos más allá del Ejecutivo es, en este país, empeño arduo y, con frecuencia, vano. Nada digamos si la cooperación ha de esperarse, más allá del arco político, del empresariado y de los sindicatos, los más fuertes de los cuales han fijado en la confrontación su fortaleza y su estrategia política. Pero es en este campo de minas donde al Gobierno se le ha dado el poder para ejercer, sin excusas, el liderazgo. De ello va a ser examinado dentro de cuatro años y no saldría, si aprobara, para nada malparado. Así, pues, hágase cuanto antes a la idea de que esto es lo que hay y, tal como ha dicho el lehendakari tras su victoria, póngase «manos a la obra».
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