Jornadas de avituallamiento
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Análisis ·
Las próximas elecciones del 26-M corren el riesgo de verse contaminadas por las pasadas del 28-A y convertirse en una especie de revancha o segunda vueltaAl igual que los ciclistas en ese rellano que separa dos puertos de montaña, los partidos que concurren a los comicios se han tomado un respiro, reponen fuerzas y se avituallan entre la campaña del 28-A y la que se les echa encima este ... viernes del 26-M. El propio ganador y candidato a la presidencia «ha mandado a parar», remitiendo a después del 26-M las negociaciones entre partidos para formar gobierno. También nosotros, los que seguimos la carrera, aprovechamos esta pausa para reponernos del esfuerzo con que nos ha tocado apechugar. Pero el reposo no va a ser completo. Los hay que, ansiosos por repetir éxitos o corregir fracasos, se dejan llevar por la inercias de la pasada campaña o rumian los resultados que obtuvieron en las urnas.
El ganador, por ejemplo, sabe que no puede relajarse en exceso, porque de lo que arroje el próximo escrutinio dependerá en gran medida su margen de maniobra a la hora de encarar la formación del gobierno. Por eso, erigiéndose incluso por encima del cargo al que aspira y adoptando poses como de jefe de Estado, se ha sacada de la manga una insólita e intempestiva ronda de contactos que, aparte de para calmar las prisas de los demás, sirve para dejar bien claro, ante partidos y opinión pública, quién manda y adelantar los actos de la nueva campaña. Sigue con ello la pauta que marcó cuando, desde que anunció la convocatoria de elecciones generales, abusó de su cargo para hacer, desde el Consejo de Ministros, propaganda electoral.
Los perdedores, por su parte, tienen aún menos razones para estarse quietos. Al Partido Popular, por ejemplo, le falta tiempo para, además de lamerse las heridas, cambiar en una semana la imagen que se ha creado, no a lo largo de la campaña, sino desde que el nuevo líder accedió a su presidencia. No hay, pues, tiempo que perder. Unidas Podemos, en vez de entretenerse en estériles lamentos, ha preferido camuflar su derrota y urgir negociaciones exclusivas o, cuando menos, preferentes, como si reclamara el derecho que le corresponde a quien no es sino autoproclamado ganador. Piensa que, como el asunto iba de bloques, da igual quién de los dos, PSOE o Unidas Podemos, haya aportado más a la victoria final. Al fin y al cabo, el menos mío se ha compensado con el más tuyo, porque los dos hemos aunado fuerzas para lograr el propósito común de poner freno a la derecha.
El riesgo que se deriva de estos planteamientos es la conversión de la próxima campaña en una reproducción de la anterior. Olvidando que las elecciones generales se convocaron el 28-A con la intención de separarlas de las municipales, autonómicas, europeas y, entre nosotros, forales, para no contaminarlas, se cae en la perversión de hacer de estas últimas la segunda vuelta de las primeras. Mejor habría sido, digo yo, haberlas convocado todas juntas. Habríamos ahorrado, aparte de tiempo, esfuerzos y dinero, el hartazgo de un elector al que se le han mermado las ganas de participar en la reposición de la misma obra. Y, en unas elecciones tan personales como estas del 26-M, los candidatos propios se habrán quedado sin la posibilidad de hacer valer su personalidad y liderazgo, confundidos en un tótum revolútum del que no pocos saldrán perjudicados. No en vano los hay que prefieren ocultar las siglas del partido.
Aquí, en Euskadi, las cosas serán, como acostumbran, un tanto distintas. Los dos ganadores netos de las pasadas elecciones, PNV y EH Bildu, competirán por ver quién renta más sus resultados en unos comicios que les son especialmente propicios. La cosa irá, me temo, más de soberanía nacional que de gestión municipal o foral. Por lo que respecta a la izquierda abertzale, su fructífera alianza con ERC, por la que se siente tan crecido, le dará alas, además de para disfrazar y dignificar su pasado, para hacer de la lucha común por la autodeterminación y la independencia el terreno en que medirse con los jeltzales. En eso tratará de convertir, al menos, la urna europea, que, si en el resto de España pasará, como suele, inadvertida, de aquí saldrá gravemente maltrecha y distorsionada, como si fuera donde se dirimen nuestras pequeñas cuitas en vez de las cuestiones que nos afectan en nuestra común condición de europeos.
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