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Esta campaña no va de nada, pero las rarezas están ayudando sobremanera a tapar los huecos. En realidad, la carrera hacia el 28-A es una pura extravagancia desde que el presidente del Gobierno la hizo coincidir con la Semana Santa y a un mes ... de las elecciones múltiples del 26-M. Y la extravagancia se ha ido nutriendo con la oleada de fichajes supuestamente 'estrella' -con Cayetana Álvarez de Toledo desbancando a Adolfo Suárez Illana en las filas del PP-, con un CIS de 17.000 encuestas que su propio responsable cuestiona, con los actos a lo 'don Pelayo' de Vox, con un 'revival' de los tiempos de ETA pero sin ETA, con dos presos independentistas -Jordi Sànchez y Oriol Junqueras- ofreciendo sendas ruedas de prensa autorizadas desde la cárcel, con la convocatoria de dos macrodebates televisivos con 24 horas de margen y, en fin, con un Aberri Eguna en el que el PNV y EH Bildu se reivindicarán como los legítimos intérpretes de la Patria Vasca mientras pugnan... por la influencia en Madrid. Lo nunca visto está ocurriendo, sin que se sepa a ciencia cierta de qué va esta campaña por debajo del jolgorio ambiental, de lo que pronostiquen los últimos sondeos de hoy y mañana y del balance que arrojen los duelos en RTVE y Atresmedia entre Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera. La campaña, de momento, va sobre la nada -¿España? ¿Cataluña? ¿La singularidad vasca y navarra? ¿La reforma constitucional? ¿La economía sobre la que se ciernen nubarrones? ¿La sostenibilidad de los servicios públicos? ¿La regeneración de la vida política?-, porque ninguno confía en seducir al electorado solo por sí mismo. Porque no se trata tanto de lo que plantea cada cual, sino de cómo eso se contrapone al rival. La campaña del 'muro contra'.
Especialista en hacer de la necesidad virtud y de presentar los errores como aciertos, Sánchez se jugará los debates a un difícil equilibrio entre el 'todos contra mí', la OPA sobre Podemos con el señuelo del miedo a 'las tres derechas', que esa absorción no acabe fagocitando a su aliado y que la operación no le obligue a alejarse en demasía del centro. Peor pinta para Casado, cuyo futuro se dirime entre el cielo de ser presidente del Gobierno o el infierno de la implosión interna. Y Albert Rivera e Iglesias combaten contra sus límites: uno, jurando que no será el bastón de Sánchez; el otro, rezando para que el candidato socialista les necesite en un gobierno coaligado. Aunque en esta campaña tan rara, los cuatro deberían inquietarse por que, después de verlos debatir, no crezca el voto hacia Vox. Con las vísceras y un par.
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