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La sociedad líquida, hasta gaseosa, que afloró en la política de nuestro país tras el 15-M, parece haberse solidificado en las urnas del domingo. La perspectiva de una mayoría de derechas, cuyo extremo Vox prometía poco menos que devolvernos a antes de 1977, ha ... despertado a la izquierda más tradicional -PSOE- y a los nacionalismos históricos. Los más jóvenes acudieron a votar contra una amenaza que evocaba los tiempos narrados por sus mayores, pero porque ponía en riesgo su escepticismo y su sentido de la libertad.
El anuncio de que las urnas pudieran conducirles a la uniformidad no dio lugar el 28-A a una respuesta precisamente libertaria. Frente al peligro de volver al pasado, la mayoría corrió a guarecerse con su voto en los refugios reciclados de sus mayores. Hasta para defender lo que a estos les ha costado tanto asumir; la igualdad de género, la interrupción voluntaria del embarazo, la diversidad afectivo-sexual, la multiplicidad de vínculos familiares y hasta la posibilidad de la eutanasia. Los tres partidos que han salido vencedores netos de la contienda -PSOE, PNV y ERC- son las únicas siglas verdaderamente históricas del arco parlamentario. Hasta EH Bildu hace referencia a cincuenta años de trayectoria, por hiriente que resulte su recuerdo. E incluso el Partido Regionalista de Cantabria, que se estrena en el Congreso, data de 1978. Toda una paradoja.
La otra gran paradoja es que, en medio de una volatilidad que reivindicaría el libre albedrío y el espíritu crítico, cobran importancia los movimientos tácticos y las posiciones de poder. Pedro Sánchez llegó a La Moncloa con 84 escaños de 350, casi de carambola. Se hizo con una palanca cuya fuerza incrementaba, vista la impotencia de sus adversarios. Anunció la disolución de las Cámaras para gobernar a su antojo durante los dos últimos meses, entre decretos-ley y 'viernes sociales'. Ni siquiera los manejos previos a acabar en dos debates electorales consecutivos, en los que Sánchez no destacó más que por pasar desapercibido como Presidente, afectaron al voto socialista. Por lo que resulta lógico que el PSOE se disponga a gobernar en minoría, recurriendo al consabido truco de transferir a los demás la responsabilidad de hacer estable la legislatura.
No es que la política sea, en España, incapaz de actuar de manera consecuente con la fragmentación partidaria. Es que gobernar en minoría lleva el copyright con que reivindicamos nuestra singularidad. Aunque sea haciendo leyenda de la resiliencia de Sánchez.
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