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Quedábamos ayer en que Pedro Sánchez tiene ante sí varias posibilidades de investirse y formar gobierno. Habida cuenta de la inestabilidad en que el país ha vivido estos últimos años, han comenzado a surgir, desde sectores influyentes, sugerencias o presiones en favor de una u ... otra alternativa. La aritméticamente más evidente y, para muchos, más conveniente es, por supuesto, la llamada 'coalición de ganadores', PSOE y Cs, que garantizaría una cómoda (?) mayoría absoluta de 180 escaños. Pero, aparte de que la aritmética no siempre se lleva bien con la política, en este caso ni siquiera se cumple con uno de los requisitos que a ésta le es más fundamental: la oportunidad.
Resulta, en efecto, del todo inoportuna la sugerencia de que un partido forme gobierno de coalición con quien ha de medirse en nuevas elecciones en menos de un mes. Las sugerencias, como todo, a su tiempo. Pero, dicho esto, más relevante es lo de la conllevancia entre aritmética y política. Vayamos a ello.
Para empezar, las dos partes, PSOE y Cs, han querido dejar claro desde el primer momento, para evitar, entre otras cosas, las mencionadas presiones, que no entra en sus planes formalizar esa aconsejada coalición. Cada una tiene sus razones, unas más convincentes que otras. Por parte del PSOE, la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo, daba ayer una de conveniencia partidista, aunque camuflada, como suele hacer ella, de sutiles argumentos de alta política. Argüía que, visto lo fructíferos que han resultado los pasados nueve meses de un Gobierno apoyado en 84 escaños y acuerdos de geometría variable (!), no hay razón alguna para no seguir con la misma pauta ahora que se cuenta con el apoyo de 123.
Queda, pues, claro que la preferencia actual del PSOE es la de huir del compromiso que suponen los pactos -hacerlos con unos es excluir a otros y, además, recortan el margen de maniobra propio- y afrontar en solitario la travesía de toda la legislatura, sorteando las Escilas y Caribdis que se presenten a su paso. Tan entendible resulta el deseo como arriesgada e inquietante la empresa. Pero muy en la línea de un líder que ha hecho del riesgo su prestigio.
Las razones de Cs son de mayor calado político, aunque, más que explicarse por el interesado, se intuyen por el observador. El anuncio, repetido una y mil veces en campaña, de que Cs nunca pactaría ni con Sánchez ni con el PSOE iba más allá de la animadversión personal y la rivalidad electoral. Obedecía a una opción estratégica de largo alcance, y no poco riesgo, para desbancar al PP y constituirse en la alternativa a la izquierda. Las elecciones le han dado, en gran parte, la razón. Herido de gravedad el PP, Cs no está dispuesto a avenirse ahora a un pacto que lo descalificaría para hacer realidad esa opción estratégica en un futuro que no cree lejano.
Quien mejor debería entenderlo es quien hizo del «no es no», no ya a pactar, sino siquiera a permitir gobernar a Rajoy, el lema de su incorruptibilidad. Sea como fuere, ambas opciones pecan, cada una en su grado, de más partidismo que patriotismo. Esperemos, en cualquier caso, al 26-M. Las presiones irán 'in crescendo' y la capacidad de resistencia es limitada.
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