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Hubo un tiempo en el que la economía se impuso a la política a la que impregnaba y condicionaba. Hoy ya no es así, al menos no lo es en España. Si empezamos por la propia convocatoria de las elecciones comprobaremos con facilidad que el ... orden de las mismas y las fechas elegidas lo han sido por criterios estrictamente políticos, despreciando la obviedad de que una campaña tras otra distrae al país de sus ocupaciones diarias, mantiene en suspenso la administración por un tiempo dilatado y, además, nos obliga a incurrir en unos costos de organización innecesariamente duplicados.
Luego viene el contenido de los programas. Las propuestas económicas que se incluyen en ellos responden mucho más a su eventual impacto electoral sobre el segmento potencialmente afecto, que por sus efectos saludables sobre la economía actual. En el lado de las izquierdas todo se resume en garantizar mayores gastos y en el de las derechas a prometer menores impuestos. Los primeros esperan financiarlos con una mayor carga impositiva, los segundos reposan sus esperanzas en la mayor actividad que debería inducir el alivio fiscal.
Lo malo es que no creo que ninguno pueda cumplir sus promesas. Las izquierdas olvidan que sus propuestas de gastos implican miles de millones como si fueran calderilla y que una subida de impuestos de la intensidad que sería necesaria para sostener tamaños gastos provocaría consecuencias graves sobre la actividad. Sería contractiva e, incluso, podría desembocar en una menor recaudación o al menos menor que la esperada, lo que a su vez, destrozaría los compromisos del déficit que Pedro Sánchez ha prometido cumplir. Las derechas parecen olvidar que tras empezar la rueda por la bajada de impuestos hay que esperar un tiempo para que surta los efectos esperados sobre la actividad y, si tardan, podemos dañar el déficit hasta el punto de convertirlas en imposibles. No podemos olvidar que los próximos años los vamos a pasar instalados en una fase mortecina del crecimiento en la escena internacional -escenario optimista-, cuando no en franca recesión -escenario pesimista-.
Por eso no me gusta que los impuestos acaparen la atención y centren el debate, cuando sería mucho más lógico que lo hicieran la actividad y el empleo. ¿Cómo? Pues una vez que vamos a gozar (?) de una época de tipos de interés muy bajos, habría que incentivar la inversión y la contratación, fomentar la exportación, eliminar trabas administrativas y cosas así. Vamos, lo de siempre.
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