Álex Sologaistua y Marlene Rosario | Él es de Eibar y ella de Venezuela

Cuando las diferencias culturales acercan

Álex tiene cuatro hijos de su anterior pareja, que son «lo más» para él. «Les quiero muchísimo», insiste. En la actualidad vive con Marlene y con el hijo de esta, Manuel González, de 11 años. Su vida ha dado «muchas vueltas» en los últimos tiempos. Es más, él, que no se sube a un avión por miedo a volar, «nunca» se hubiera «imaginado estar con una persona extranjera, ni diecinueve años menor», admite. Todos los prejuicios saltaron por los aires. La creciente diversidad social y cultural de Gipuzkoa derivada del fenómeno migratorio ha impulsado por ejemplo el número de matrimonios mixtos. Según los últimos datos de Eustat, el número de familias en Euskadi en las que él o ella -la mayor proporción de casos- es extranjero se ha multiplicado por 2,5 en diez años, hasta alcanzar más de 10.000 hogares. «Porque la vida es así y no podemos tener miedo a empezar de nuevo», defienden ellos con su historia de amor. «Estamos encantados y eso es lo que cuenta».

Pero no entraba en el guion. Si a Marlene le hubieran preguntado en 2016 lo que esperaba de Gipuzkoa, no habría dicho enamorarse. En sus planes estaba trabajar, tal y como ha hecho sin parar, y comenzar una nueva vida con «mejores oportunidades» que las que le ofrecía Venezuela por aquel entonces. «Vivía con mis padres, mis hermanas, sobrinas... Comenzaba una crisis política allí y yo tenía familia en el País Vasco. Mi padre me planteó la posibilidad de irme a vivir con ellos y acepté. Estuve un par de semanas en Eibar, con unos tíos, pero enseguida me mudé a Deba con mis primas. Quería estar con gente joven y me adapté enseguida», rememora mientras recapitula sus primeros meses en Gipuzkoa. Después, conoció al padre de su hijo Manuel, si bien hace tiempo que terminaron su relación.

¿Quién les hubiera dicho que, tras conocerse en una autoescuela volverían a coincidir en un bar y surgiría el amor? «A veces las cosas pasan sin buscarlas». Lo importante, aseguran, es «no tener prejuicios, respetarse el uno al otro y la comunicación». Ellos, al principio, vivieron «varios altibajos», pero ahora «están más tranquilos», sin pensar en el qué dirán y centrándose en su bienestar. Por ejemplo, Álex se ha vuelto un experto en bailes de salón y a Marlene ahora le encanta el coro. Ella hace gala de «buena latina» y le encanta moverse al ritmo de la bachata y la salsa. «Me tiene que aguantar, pero ha aprendido a bailar él también», sonríe. «Y no se puede quejar porque además tiene una profesora particular en casa». Para compensarlo, hubo un tiempo, hasta hace poco, en el que Álex participaba en una coral de Deba y su actual pareja no se perdía ninguna actuación. Es más, el pequeño Manuel, que «adora» a Álex, también se apuntó a un coro infantil en la escuela. Pero no solo eso. «Una relación es cosa de dos y siempre hay que ceder, en más de una ocasión». Por eso, Marlene ahora se ha vuelto la mayor seguidora del Eibar, el equipo de Álex. A él «le gusta mucho el fútbol», pero «en Venezuela el deporte estrella es el béisbol», de ahí que Marlene no estuviera familiarizada con el balompié. Sin embargo, ahora celebra los goles y sufre también con las derrotas del equipo como la que más, y junto a Álex y Manuel, se ha hecho socia del club. No hay partido en Ipurua al que falte.

Se complementan «a la perfección, incluso a pesar de las diferencias culturales que existen», reconocen. «A fin de cuentas, no es solo que cada uno se haya criado de una manera por la familia en la que ha crecido, sino que aquí se suman las costumbres de nuestros respectivos países. Algunas son similares, otras no». Y hay que saber y querer casar esa mezcla enriquecedora. Y hasta se toman con humor los tópicos que reducen las culturas de unos y otros. «Eso de que en Euskadi sois más fríos», ríe a carcajadas Marlene.

Aunque ahora se siente «una más» en Deba, cuando llegó, hace ya dieciséis años, «había muy pocos latinos. Y la gente miraba muy sorprendida», reconoce. «No lo tenía en cuenta», pero sí percibía miradas de asombro. «Ahora la situación ha cambiado mucho y es más común encontrar a personas latinas en Deba y alrededores», explica. Sea como fuere, ella «nunca» se ha sentido discriminada. Ni por los vecinos de la localidad, ni por la cuadrilla de Álex, ni por su familia... «Todos son encantadores. Me quieren mucho».