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FERNANDO DE LA HERA

Jon Egiguren | Comparte piso

«No puedo imaginarme dentro de cinco años»

Jon Egiguren, un donostiarra de 25 años que trabaja como intérprete de la lengua de signos. Todas las dificultades que encuentran hoy en día los jóvenes para abandonar el nido hicieron que por su cabeza no pasara la idea de independizarse en solitario y decidió hacerlo en compañía de dos amigos

Bruno Parcero

San Sebastián

Lunes, 18 de noviembre 2024

diariovasco «No puedo imaginarme dentro de cinco años»

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ara Jon Egiguren, un donostiarra de 25 años que desde hace dos meses comparte piso con dos amigos en San Sebastián, independizarse era el paso natural en su proyecto de vida, aunque por su cabeza no pasaba hacerlo en solitario ni por su capacidad económica, ... insuficiente para afrontar la compra de un inmueble o los gastos de un alquiler; ni por su inestabilidad laboral, es intérprete de la lengua de signos y su trabajo depende de convocatorias públicas; ni por una necesidad vital ya que no se ha imaginado todavía viviendo solo. De hecho, sus planes de futuro no van más allá del corto plazo porque a su alrededor detecta una excesiva incertidumbre que no le permite o no le anima a realizar apuestas de futuro. Así que compartir piso con amigos era el paso lógico, un paso que por otra parte no ha sido sencillo porque conseguir un piso en alquiler no resulta nada fácil y menos aún en San Sebastián.

«Está difícil encontrar un piso tanto por el precio como por la poca oferta que hay. Cuando salen, vuelan», confirma tras vivir su particular proceso de búsqueda de una vivienda en alquiler. «La mayoría de pisos que hay en oferta son temporales. Buscan estudiantes, parejas adultas porque muchas veces no se fían de los jóvenes. A nosotros nos decían: 'Ahora sois tres y luego seréis seis'. Miramos incluso en inmobiliarias pero ya nos decían que cogían nuestros datos pero que...», comenta mientras se encoge de hombros y termina de tender la ropa que ha sacado de la lavadora. «Todos los factores se juntan para hacer difícil el acceso a una vivienda: el precio, la oferta y la desconfianza, tanto por la juventud como por la inestabilidad económica que hay».

La oportunidad finalmente apareció, pero no por la insistencia de la búsqueda. La suerte, nunca mejor dicho, llamó a su puerta: «Nos costó bastante encontrar un piso y encontrarlo fue una carambola. Justo uno de mis compañeros tiene la misma profesión que el propietario y le conocía. Él quería alquilar su casa y nos invitó a conocerla. La había publicitado un martes y para el jueves tuvo que cerrar el anuncio de todos los mensajes que le llegaban. Y en los pisos que habíamos mirado antes, sucedía lo mismo».

Es precisamente esa alta demanda lo que ha convertido los procesos de selección en un casting de requisitos que muchas veces ni cumpliéndolos te aseguran poder acceder a una vivienda: «A nosotros nos pedían nóminas o contrato indefinido. Y fianzas de dos o tres meses. Pero he oído pedir incluso avales, saber si los padres tienen trabajo y contrato fijo», relata Egiguren.

Con esta dificultad en el acceso a una vivienda que encuentran en los últimos años las generaciones más jóvenes, puede entenderse que la edad media de emancipación en Gipuzkoa ronde los 30 años, una de las más altas de Europa, y que cuatro de cada diez personas menores de 35 años reconozca que quiere independizarse pero no puede. Y sin un lugar en el que poder desarrollar un proyecto de vida propio e independiente, se hace muy difícil realizar planes de futuro.

«Me he planteado vivir solo, pero o te independizas en pareja o es imposible. Y aún así. Las fórmulas de antes ya no funcionan y conozco a gente que ha tenido que volver a casa de sus padres con un hijo y una hipoteca. El único compañero que ha salvado un poco su independencia es uno que ha buscado un local a pie de calle y lo ha transformado en una casa. Pero no sé si ese es el camino que hay que seguir», expone a la vez que comienza a preparar un café. «Independizarse asusta un poco por lo incierto que es el futuro. Yo prefiero no comerme la cabeza con lo que va a pasar en cinco, siete o diez años, pero sí que esa incertidumbre que existe en general no te da la seguridad para dar el paso».

CAMBIODE MENTALIDAD

La mentalidad ha cambiado. Quienes hoy peinan canas no tardaban en comprar un piso una vez habían encontrado un trabajo estable. Todo iba unido. Un trabajo y una casa para toda la vida. Nada que ver con la realidad actual. «La situación no permite que exista esa mentalidad porque no sabes si el trabajo te va a durar, cómo te van a tratar... todo tiene que ver con la falta de seguridad», explica Egiguren mientras sirve el café. «Mis padres, por ejemplo, tuvieron que mudarse por trabajo a Donostia. Fue una gran apuesta que tuvieron que hacer en su día y les salió bien. Pero yo no puedo imaginarme dentro de cinco o diez años. No puedo ni realizar hipótesis. Cambia todo muy rápido, no hay nada claro. Todo es cortoplacista», lamenta.

  

Una solución a la que se ven abocados algunos jóvenes es la de hacer las maletas y moverse a zonas donde la vivienda es mucho más asequible. De hecho, más de la mitad de los ciudadanos vascos (56%) se ha mostrado dispuesto a cambiar de residencia e irse a otra comunidad si las circunstancias lo requiriesen (oportunidad laboral, poder hacer frente a una vivienda a precio asequible...), una situación que se ve agravada en Gipuzkoa, el territorio con los precios de compraventa más caros con 3.429 euros el metro cuadrado. Una cifra que se dispara a los 5.378 euros/m² en el caso de San Sebastián, la capital más cara con mucha diferencia sobre el resto. «Cuando buscamos piso en Donostia miramos también en otros sitios y encontramos algo por Errenteria, pero no había tanta diferencia de precio. En Astigarraga, Hernani o Irun es parecido», apunta Jon, a quien no se le ha pasado por la cabeza irse a otra comunidad o país. «Tengo compañeros que se han movido, pero algunos pensamos que hay un entorno que es importante mantener y queremos quedarnos cerca de donde hemos nacido. A mí eso me pesa bastante, aunque sé que hay gente que hace grandes apuestas y se va fuera».

Fregado el vaso del café, Jon coge su cazadora y baja en el ascensor. «Unos amigos tocan ahora en el kiosco y voy a verles». Camina unos metros y ya les ve de lejos. Jon se siente un afortunado.

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