Clodomiro Alonso | Extrabajador industrial

«Trabajé duro para un país vasco puntero»

Las pesquisas sobre la escultura de Eduardo Chillida de Clodomiro Alonso, quien se retiró hace seis años después de 45 años como empleado en la empresa legazpiarra de herramientas Bellota -fundada en 1908 bajo el nombre de Patricio Echeverría-, pronto dieron resultado, y la coincidencia de las fechas confirmó sus sospechas. «El año que empecé a trabajar en Patricio Echeverría, que sería en 1973, cuando tenía 17 años, se estaba templando aquí el acero, aunque es verdad que los planos de la estructura llegaron mucho antes. El material, si no recuerdo mal, entró en agosto, y yo llegué a la empresa en marzo de ese año, así que ahí estaba», explica con una sonrisa de oreja a oreja. El suyo, pese a todo, no fue un trabajo sencillo, como reconoce. «Teníamos que enfriar el acero porque estaba muy, muy caliente. Básicamente, me dedicaba a retirar el carbón rojo del horno porque entonces, claro, se calentaba todo con carbón. Y eran horas y horas con unas temperaturas altísimas», detalla.

Su historia se asemeja a la de tantos que emigraron en las décadas de los 60 y 70 desde pequeñas localidades rurales del interior y sur de España en busca de una mejor vida de la mano de una incipiente industria vasca que comenzaba a repuntar. «Mis padres se mataban a trabajar en el campo para sobrevivir hasta que dijeron basta, y se empezó a correr la voz en el pueblo de que las empresas de Euskadi necesitaban gente. Por aquel entonces sólo tenía cuatro años así que evidentemente no me enteré de mucho», agrega. Sus contemporáneos, en este sentido, tuvieron un papel clave en la constitución, desarrollo y consolidación del ecosistema empresarial de Euskadi y Gipuzkoa, y plantaron una semilla que consiguió germinar y extenderse en una sociedad entonces convulsa, sobre todo políticamente.

El padre de Clodomiro comenzó a trabajar en una empresa de construcción, mientras él y sus dos hermanos iban a la escuela. Alquilaron una parte de un caserío de Agineta, una zona rural a dos kilómetros de Zumarraga hasta que, cumplidos los 15 años, se trasladaron al centro de la localidad del Alto Urola. Un año más tarde, con 16, Clodomiro ya empezó a trabajar en la empresa Bellota, por aquel entonces Patricio Echeverría, donde ha permanecido toda su vida laboral, 45 años.

Empezó como «pinche», como dice él mismo, o, lo que es lo mismo, como «chico para todo». «Como era el más joven, los compañeros me cuidaban mucho. Me decían que no fumara ni bebiera alcohol, que no hiciera lo que hacían ellos, vamos», se ríe y continúa: «Me tenían para los recados, iba a por agua a una fuente o iba a otros talleres en busca de herramientas. No tocaba las máquinas, ni me acercaba a los hornos para no tener que hacer el trabajo más duro», rememora. A partir de ahí, y a medida que avanzaba el tiempo, Clodomiro se especializó tras una rigurosa formación en la martillería. Sobre ello, comenta que es un trabajo «duro pero que a mí me ha permitido evolucionar en la empresa, además de tener una buena vida».

Aunque Clodomiro vuelve cada cierto tiempo a Faramontanos de Tábara, donde aún residen algunos de sus familiares, él ha hecho toda su vida en Legazpi, donde han nacido sus dos hijos y donde conoció a su mujer que, por cosas de la vida, como dice con una sonrisa, es también de la citada localidad zamorana. «Cuando le dije que también era de ahí, de Faramontanos de Tábara, pensaba que le estaba mintiendo. Nos conocimos aquí, en Legazpi. Fue una coincidencia difícil de creer, pero es verdad que cuando se empezó a escuchar que aquí había trabajo, hubo un éxodo masivo».

Las más de cuatro décadas en las que ha estado trabajando en el metal le convierten, además, en testigo de la evolución de la industria en lo que respecta a la automatización de sistemas y, en definitiva, la llegada de nuevas tecnologías, cuestiones que él abraza. «Muchas veces pensamos que los robots nos van a sustituir, y en parte es así, pero a mí, como a muchos otros, nos han ayudado mucho con el trabajo más duro. Por ejemplo, el pulido de los martillos tenía lo suyo, implicaba mucho esfuerzo, y las nuevas tecnologías nos han ayudado mucho con eso». Por todo ello, «a la hora de utilizar este tipo de maquinaria siempre va a existir algún supervisor, y mientras que sea para evitar hacer el trabajo más duro, como fue en mi caso, me va a parecer bien», afirma.