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Infiltrados en la sombra: La ETA de los últimos tiempos se volvió paranoica
Desde dentro

Infiltrados en la sombra

La ETA de los últimos tiempos se volvió paranoica. La continua caída de comandos y dirigentes les llevó incluso a elaborar listas de posibles topos o chivatos

Florencio Domínguez

Sábado, 16 de octubre 2021, 23:33

Ha trabajado muchos años para el Estado, pero esa actividad no aparece reflejada en sus cotizaciones de la Seguridad Social. Es una de las pocas personas que, todavía hoy, cada vez que sale de casa se fija atentamente en el entorno, mira si hay alguien desconocido, si detecta algo sospechoso en la zona. Vigila a las personas con las que se cruza y se mueve con hábitos de clandestinidad no muy diferentes de los que utilizaba cuando estaba en ETA. Lo hace porque se siente amenazado a pesar de que han pasado ya diez años desde que terminó el terrorismo etarra y cuatro desde que se disolvió la banda.

Motivos para sentirse amenazado tiene de sobra: no son pocos los miembros de los comandos y de la dirección de ETA que se encuentran hoy encarcelados gracias a su trabajo como infiltrado dentro de la banda. Vivió con ellos durante años, se adiestró con ellos, recorrió varios países, se integró en comandos, estuvo en la reserva, encerrado en pisos de una u otra ciudad de Francia. Era como uno de ellos, pero no era uno de ellos. No cometió atentados, sino que los evitó. Salvó vidas. Esa era su misión: recopilar información y pasarla a los agentes que supervisaban su trabajo para combatir a ETA y atajar el terrorismo.

Algunos jefes de ETA le habrán dado desde la cárcel muchas vueltas a las circunstancias de su detención. Habrán buscado el fallo en su actividad clandestina pensando si fueron 'mordidos' cuando acudieron a tal cita o cuando se alojaron en determinado piso, si fue un enlace quien llevó a la Policía hasta su escondite o si un detenido confesó un dato que más tarde fue explotado por los investigadores.

El final de la banda

No saben que fue el hombre que ahora vigila a su alrededor cada vez que pone un pie en la calle el que facilitó a las FSE la pista que condujo a su arresto, el hombre que el jefe de ETA creía que era de los suyos, pero que nunca lo fue. Y lo hizo superando la angustia de quien vive infiltrado en una organización que no perdona, con el temor de quien debe controlar cada movimiento y cada palabra para evitar traicionarse en un descuido. Aquel que teme más que nada la hora de dormir por si habla en sueños y se le escapa algo que lo ponga al descubierto. Ahora vive en el anonimato, se cruza en la calle con vecinos que no saben cuánto le deben y ni siquiera ha obtenido el agradecimiento de algunas personas con nombres y apellidos cuya vida salvó. Tampoco ha obtenido el reconocimiento público que merecería porque su labor tiene que seguir siendo secreta. Y esto le duele, según confiesa.

Mentir a los suyos

Él no era policía ni un etarra desencantado que cambió de bando. Era un ciudadano normal que dejó atrás una vida normal para afrontar otra llena de peligros durante muchos años y ayudar a derrotar a ETA desde dentro. Tuvo que mentir incluso a los suyos, con el desgarro que eso supone.

Gracias a este hombre y a otros como él se pudieron realizar continuas operaciones policiales en la década previa al final del terrorismo que provocaron dentro de ETA una obsesión enfermiza por la existencia de infiltrados en su seno, tanto que en 2002 elaboraron un borrador de reglamento interno en el que se establecía «la pena de muerte» para «cualquier miembro que venda a Euskadi Ta Askatasuna o uno de sus miembros», para los chivatos, los infiltrados e incluso para «cualquier miembro que use para su interés personal el armamento de la Organización».

La obsesión por la existencia de topos se tradujo en la elaboración en el seno de ETA de un «listado negro» con los nombres de los sospechosos, un listado que «se nos está alargando», según anotaban en un papel intervenido en octubre de 2004 a raíz de la captura de Mikel Antza. El listado incluía una relación de trece nombres de supuestos topos. «El vizcaíno que anda por Iparralde, infiltrado -indicaba el escrito-. El de Navarra, chivato. El que ha venido (por la) vía (de) Martxelo, infiltrado. J.N. ¿vendido y...? A. ¿chivato? El que acaba de llegar, San Sebastián, ¿infiltrado? M. infiltrado. El que vino a la cita de captación de Zima y Olg, ¿chivato? El Salmantino ¿infiltrado?».

El miedo a la infiltración policial aparece en textos internos de la ETA de la época: «No sabemos qué hostias pasa, pero así no podemos. Caídas cada semana. (…) Esto viene de allá arriba y lo tendréis que arreglar. Para ver qué hilos tienen cogidos los txakurras (policías) y romperlos».

La ETA final se volvió paranoica, aunque se le puede aplicar como atenuante la frase que internet atribuye a Kurt Cobain: «El hecho de que seas paranoico no significa que no te persigan».

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