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Gerardo Arín tenía 18 años el día que dos terroristas de los Comandos Autónomos Anticapitalistas secuestraron y asesinaron a su padre, el empresario Patxi Arín Urkola. Era 15 de diciembre de 1983. El pequeño de los Arín Eceiza volvía de estudiar en la biblioteca de Tolosa y al entrar en el hall de su casa se encontró a dos jóvenes que no conocía de nada. No le extrañó porque siempre solía haber en el domicilio familiar amigos de un hermano o de otro. Se dirigió a su habitación, dejó los libros y al llegar a la sala, su madre, María Pilar Eceiza, le dijo: «Que vienen a por el aita, que se lo van a llevar secuestrado...». Gerardo y su hermano Juanjo, que acababa de llegar de Bilbao para pasar las vacaciones de Navidad, preguntaban a los terroristas, que actuaban a cara descubierta, «por qué hacían eso». «Dijeron que era un problema económico, nos enseñaron una pistola y nos instaron a que estuviéramos quietos», relata. Patxi ArÍn estaba en clase de inglés. Llegó sobre las ocho de la tarde y se lo llevaron sin más explicaciones. «A mi madre le preocupaba que se llevara el neceser con la medicación y le preparó una pelliza». Uno de los secuestradores intervino para decir a María Pilar: «No se preocupe señora, que su marido no va a pasar frío...». Aquellas palabras aún resuenan en la memoria de Gerardo Arín mientras rememora el trágico desenlace. El empresario tolosarra apareció esa misma noche en el maletero de su coche, tumbado con la pelliza y con un tiro en la nuca.
Han pasado casi 38 años del asesinato y el caso aún está sin esclarecer, a pesar de que el propio Gerardo Arín reconoció a uno de los secuestradores en dos ruedas de reconocimiento. Hoy asegura que «ha pasado tanto tiempo» que casi no recuerda «las caras de los dos secuestradores». «Esa imagen comienza a desvanecerse», confiesa. «En la primera rueda de reconocimiento, a los pocos meses, señalé a uno de los que estuvieron en mi casa», repasa. La segunda vez tuvo que acudir a Madrid y volvió a reconocerlo. A la tercera, les llamaron para acudir a un juicio. «Teníamos que ir a declarar. En aquella época nadie te informaba de nada, íbamos en calidad de testigos. Nadie te asesoraba ni te acompañaba. Incluso nos dijeron que teníamos que ir los tres, pero dijimos que nuestra madre no iba. Insistían y se pusieron un poco bordes diciendo: 'O venís voluntariamente o mandamos a una patrulla de la Guardia Civil'. Al final, conseguimos negociar que ella no fuera», rememora. Al llegar al juicio, «no sabía quién era el abogado defensor, la acusación, ni nada... A mano izquierda, tras una vitrina de cristal, pude ver a la persona a la que yo había identificado dos veces. En presencia de familiares del acusado, en una situación muy violenta, me preguntaron: '¿Usted reconoce a este señor?' Respondí: 'Yo le he reconocido dos veces, ¿cómo no le voy a reconocer una tercera?'». Nunca les informaron de nada tras el juicio. «Me tuve que enterar de que aquella persona había sido absuelta y puesta en libertad, escuchando la radio».
Las víctimas de ETA
A. González Egaña
A. González Egaña
A. González Egaña
AINHOA MUÑOZ
Cuando se aprobó la Ley de Víctimas, a la hora de hacer los papeles para solicitar una indemnización, Gerardo Arín tuvo acceso a la sentencia. «Fue cuando certifiqué que la persona a la que yo siempre reconocí como uno de los secuestradores estaba realmente absuelta. De la rabia que me dio destruí aquellos documentos», asegura.
Con pesar reconoce que ya no tiene esperanza de que se pueda resolver. «No ha habido mucho interés. Al final mi aita era un empresario normalillo, en los 80 no se rompían los cascos para solucionar estos temas. Y nosotros estábamos muy solos», expone.
–¿Cómo se asume que no se pueda llegar a saber la verdad?
–Ahora que se habla tanto del tema de la reinserción, lo que pido es que estas personas hablen, por favor, que digan lo que saben. Para una víctimas es importante saber quién asesinó a su ser querido, pero para mí es incluso más importante saber por qué lo mataron, el motivo y quien ordenó verdaderamente asesinar al aita. Ya sabemos lo que pasaba aquí. En los atentados de ETA, el terrorista que ejecutaba no tenía ningún tipo de relación con el asesinado. Y al final, si no ha sido detenido nadie, vives como una segunda sentencia. Hay que reconocer que la actitud de Maixabel Lasa, por ejemplo, está muy bien, es muy valiente, pero ella al menos descansa porque sabe quién mató a Juan Mari Jáuregui, cómo ocurrió y por qué. Las víctimas de los casos sin resolver tenemos muchas respuestas pendientes.
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Alberto Surio
Arín repara en las palabras de Arnaldo Otegi cuando le preguntaron sobre la película 'Maixabel'. «Dijo que le parecía una persona valiente. Pero, digo yo, ¿por qué no le habrán preguntado qué opina del etarra arrepentido Ibon Etxezarreta?». La reivindicación del hijo de Patxi Arín, en vísperas de los diez años del cese de ETA, es que «por favor se aclaren todos estos asesinatos. Ahora, con la transferencia de Prisiones, tiene pinta de que muchos etarras van a comenzar a salir a la calle con más facilidad. Pero si por lo menos contaran la verdad...».
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Ángel López | San Sebastián e Izania Ollo | San Sebastián
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
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