Santi Oleaga

Mi relación con Santi era muy estrecha y sigo teniendo presente su excelente personalidad, su gran espíritu deportivo, desplazándose muchos días a trabajar en bici, su riguroso plan de alimentación y una austeridad y rigor tanto personal como profesional ejemplar. Para todos los que trabajábamos en el periódico fue un mazazo enorme y nos provocó una aversión contenida y, a la vez, de una desolación profunda por la insensible y destructiva actividad criminal de ETA.

La reacción personal y profesional, tanto de todo el equipo de El Diario Vasco como de mí mismo, fue la de seguir haciendo nuestro trabajo con la mayor responsabilidad posible y con la amarga certeza de que esta muerte, como todas las provocadas por ETA, no serviría para imponer, ni conseguir nada.

Pasados 20 años, recuerdo aquel día como si fuera hoy y desde la distancia que provoca el paso del tiempo, no me puedo resistir a reflexionar sobre el enorme daño causado a esta sociedad y a toda una generación por el discurso del odio y por la violencia obsesiva de una organización terrorista.

Santi siempre estará en mi recuerdo como una víctima inocente de una época de tremenda angustia, como un amigo con quien compartí muchas horas de trabajo y como alguien cercano a todo el mundo y a quien le gustaba disfrutar de su derecho a vivir y de todo lo que le ofrecía la vida.