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Veinte años ya de aquel día aciago en el que el terrorismo sinsentido de ETA asesinó a Santiago Oleaga, otra víctima inocente más. Sinsentido he ... dicho, porque después de tantos años y de tantos sustantivos y adjetivos, y comidas de coco y estómagos revueltos por el dolor y el recuerdo, por la incertidumbre también, me quedo con el sinsentido de un asesinato más sin justificación, por muchas explicaciones que entonces algunos dieron ¡y aún ahora! algunos dan. ¿Razones, explicaciones? ¡Qué asco! Veinte años después, aún quedan quienes desean que 'el relato' sea casi de empate moral, como de equidistancia entre las víctimas y los verdugos. Y una sociedad sana no debe permitirlo. No mucha, porque él estaba 'en el piso de arriba' como decíamos cariñosamente en DV, pero sí tuve una buena relación con Santi; tenía impreso el adeéne del trabajo bien hecho y supo comunicarlo a los demás. Nosotros poníamos las letras y él gestionaba los números, y así se fraguó este gran periódico al que sus asesinos quisieron callar antes de muchas maneras y de siete balazos hace veinte años. No pudieron, porque el mejor homenaje para Santi fue no ceder: no nos plegamos a sus exigencias y además teníamos el respaldo mayoritario de los lectores guipuzcoanos. Se hizo lo que a Santi más le habría gustado: seguir adelante como una piña.
En el último año he ido muchas veces a Matía, a diario durante bastantes meses y algo menos después. Ya no está el aparcamiento en el que Santi fue acribillado por la espalda pero hay que pasar muy cerca. Y cada día me decía –me digo– lo mismo, qué canallas, qué sinsentido...
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