Si dices «director financiero» piensas en alguien con corbata y pegado a una hoja de cálculo. Pero Santi a veces venía a trabajar en bici ... y con zapatillas de deporte, antes que los gurús de Apple las convirtieran en uniforme de ejecutivo. Le obsesionaba que el almacén de papel estuviera siempre lleno y le encantaba bajar a Redacción a ver los finales de etapa del Tour. Le mataron como podían haber matado a cualquier representante del periódico.
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Aquellos días los vivimos con horror; solo la hiperactividad de tener que sacar cada mañana el diario nos libró de la depresión paralizante. No olvidamos, no. Recordar a los muertos no son batallitas del pasado: fueron demasiadas vidas robadas, gente que hoy debería disfrutar también de esta Euskadi que parece sin memoria. Los guipuzcoanos siguen leyendo el periódico al que Santi consagró su vida. Es el mejor homenaje. Y diario.
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