Aún queda un mes para Navidad, pero teniendo en cuenta que yo sólo me asomo a estas páginas cada dos semanas y que los turrones llevan en el súper desde finales de septiembre, creo que toca comenzar a entrenar el espíritu gastronavideño. Y para hacerlo ... con el suficiente fundamento histórico vamos a recurrir al periódico deportivo Excelsius, un diario bilbaíno que entre octubre de 1931 y febrero del 37 combinó la información «del sport», que se decía entonces, con actualidad política vasca y una pizca de gastronomía.

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El caso es que el 28 de noviembre de 1934 el diario se encomendó la misión de descubrir cuáles eran los platos favoritos de Navidad en Euskal Herria, y para ello lanzó un llamamiento a sus lectores y colaboradores en busca de testimonios procedentes de Gipuzkoa, Araba, Bizkaia, Iparralde y Navarra. No recibieron respuestas de todos los territorios, pero sí las suficientes como para que 89 años después nosotros podamos hacernos una idea de lo que entonces conformaba el tradicional menú navideño.

El primer testimonio guipuzcoano que llegó a la redacción de Excelsius (el 7 de diciembre de 1934) fue el de un periodista eibarrés camuflado bajo el alias de 'Eibarko Betikua'. Según él, en su pueblo natal existían varias costumbres en lo referente a la cocina navideña, «pero si lo que importa es tirarse de lleno al plato que tiene más adeptos, entonces no podremos pasar por alto el marraskillo». El consumo del caracol o barraskilo no era común en toda Euskadi: apenas dos años antes, en el 'Anuario de Eusko Folklore' (vol. XII, 1932), José Miguel de Barandiarán se había columpiado un tanto al tildar la helicofagia de costumbre moderna propagada «por importación de gentes alienígenas». Se ve que el aita Barandiarán no conoció las tradicionales caracoladas alavesas de San Prudencio ni pisó nunca por Navidad el mercado de Eibar, que según el informante de Excelsius desde hacía décadas se llenaba por estas fechas «de grandes cajas de madera repletas de marraskillos».

Los caracoles de invierno son difíciles de recolectar ya que cuando llega el frío estos bichitos se guarecen entre grietas y recovecos, pero lo bueno es que al aislarse del exterior crean una membrana en la abertura de su concha y ya vienen casi limpios del todo. Quizás por eso constituyeran un manjar apropiado para Navidad en pueblos como Eibar, donde el amigo Betikua decía conocer a un señor muy anciano «que todos los años, indefectiblemente, necesita el plato de caracoles para diferenciar la cena de Nochebuena de las restantes del año».

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