La vajilla buena, los cubiertos lustrosos, las servilletas dobladas con afán artístico, aunque no queden tan bien como en ese vídeo de YouTube que hemos buscado. La Navidad está en los detalles: en esa velita puesta en la mesa que ojalá no gotee, en ese ... mantel que como es el mejor (o el único que tenemos) intentamos que sobreviva a la cena lo más inmaculado posible, en los servilleteros que hemos buscado por toda la casa porque existir, existen, pero vete tú a saber dónde los guardamos el año pasado. Ya sé que muchos de ustedes prefieren el mantel de papel con flores de Pascua y las servilletas ídem.

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Algunos habrá también que, ya por comodidad o por recibir a ciento y la madre comensales, sean ardientes defensores de esos platos navideños de usar y tirar que permiten saltarse el paso del fregoteo. Como yo soy una antigua y además tengo pocos invitados puedo permitirme el lujo de sacar el mantelito de hilo y hasta de plancharlo. Revuelvo cajones hasta encontrar unos reposacubiertos que compré hace eones y froto los platitos para el pan como si la alpaca pudiera transformarse en plata a base de énfasis. Otros pensarán que son una pijada, pero para mí esos platitos son un signo de civilización y de amor, de ganas de agasajar a quien se sienta a la mesa, de demostrar que es un día especial. Aunque parezca que la gastronomía siempre versa sobre recetas, cocineros, técnicas e ingredientes, el ajuar es y ha sido parte importante de la ecuación.

¿Se acuerdan de que hace poco les hablé de la búsqueda de platos navideños que en 1934 emprendió el diario bilbaíno Excelsius? Una de las respuestas que llegó a la redacción, publicada el 13 de diciembre del 34, hablaba de cómo se celebraba antiguamente el Gabon en los caseríos. En todos los hogares, por humildes que fueran, se sacaba aquella noche lo mejor de lo mejor tanto en comida como en decoración. En los baserris guipuzcoanos el menú solía constar de sopa de ajo o berza con ajos y aceite, besugo asado, pollo si lo había y de postre torrijas, compota y castañas asadas.

Puede parecernos poca cosa, pero teniendo en cuenta que la dieta habitual se basaba en berza con tocino (el aceite se reservaba para días de fiesta), alubias con cecina y talo o morokil, la minuta navideña resultaba un auténtico festín. Lo excepcional de la fecha se veía también en lo no culinario. Se limpiaba la casa de arriba abajo y, tal y como recordaba el informante de1934, la mesa se vestía con mantel de lino, cubiertos y platos. «¡Hoy se cena a lo grande, con platos! ¡Hoy es Gabon!». En aquel entonces usar un plato individual era un lujo que marcaba la diferencia con cualquier otra comida del año. Ojalá tengan ustedes felicísimas Navidades, platos, mantel y buena sobremesa.

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