El Tivoli Concert Hall de Copenhague estaba lleno esa mañana de febrero para asistir al homenaje a unos cocineros españoles. Desde las doce hasta pasadas las cinco de la tarde se sucedieron Ferrán Adrià, su hermano Albert, el anfitrión y muñidor de todo el acontecimiento, ... el chef de Alchemist, Rasmus Munk, y Harold Mcgee, el legendario escritor estadounidense. Conferencias y mesas redondas para ensalzar el legado de El Bulli con el mayor de los de Cala Montjoi en plenitud de facultades metiéndose al público en el bolsillo desde el minuto uno. Que nadie piense en uno de esos melancólicos homenajes póstumos. Fue un abrazo colectivo al futuro.

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Sentado en el patio de butacas me preguntaba por qué algo así se estaba celebrando en Dinamarca en vez de en España, qué nos había pasado para no agradecer como se merece lo que El Bulli y los Adrià habían supuesto en la historia de la gastronomía mundial. No me refiero a entregarles una placa, sino a un evento con la dimensión del que les estaba brindando un joven colega nórdico.

Antes incluso de saberse qué iba a ocurrir allí ya habían surgido las primeras críticas aquí. El 'oportunismo' de brindarse un baño de interés mediático a las puertas de las votaciones del 50Best, el 'regalar' al danés que compite en la lista británica con Disfrutar y David Muñoz esas fotos con el mito y esas declaraciones que hablan de Munk como claro aspirante al trono de la vanguardia habían levantado ampollas. La verdad es que nada parecía improvisado ni oportunista. Ferran me dijo que nadie les había ofrecido con anterioridad celebrar algo así. Monk les pareció sincero, agradecido y allí estaban, trabajando durante meses para crear conjuntamente el menú que se serviría en las tres cenas.

El viernes 2 de febrero elBulli volvió momentáneamente a la vida. A las cinco de la tarde ya estábamos listos para empezar el servicio de cena que, en mi caso, concluyó a las 2.50 de la madrugada tras 44 pases, muchas conversaciones y líquidos abundantes de nobilísimas 'cuvees'. Pronto nos pertrecharon con el mítico 'spray' the dry martini para iniciar el viaje a cala Montjoi. El corte helado de parmesano, el sándwich de yuzu, o las aceitunas esferificadas allí estaban, todo igualito, y removieron recuerdos y visiones. Estos bocados, «impresiones» en el lenguaje de Munk, se fueron alternando con los de Enigma, como el huevo frito con caviar, y los de Alchemist, como la tortilla perfecta, hasta pasar al gran comedor del imponente restaurante, una suerte de refectorio medieval futurista en forma de cuadrilátero bajo una imponente cúpula celestial digital que se extiende sobre sus cabezas y en la que se van proyectando imágenes que forman parte de cada impresión comestible. En este caso, además, con momentos memorables en homenaje a los 1846 platos creados por elBulli y al desaparecido Juli Soler. Una secuencia de bocados que habla del trabajo exhaustivo de todos los participantes en construir algo fusionado, de valor gastronómico real por encima del emocional. Las provocaciones de Rasmus con su mariposa comestible o la langosta chuletón de Albert Adrià y de elBulli las judías blancas con erizo o el aire de parmesano congelado y así, sin prisa ni peso en la barriga, hasta el final.

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Una experiencia irrepetible que concitó a lo más granado de la prensa internacional y a por poderosos aficionados a la gastronomía que habían logrado una plaza. Una cena en la que Ferran no cocinó (pero cuyo menú probó tres veces) en la que la propuesta gastronómica superó con mucho mis expectativas, elevando el nivel del homenaje que nunca les hicimos en casa y les tuvieron que hacer en Dinamarca.

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