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Un comino

El volcán como latido

Sábado, 16 de diciembre 2023, 08:50

En el dialecto siciliano la palabra volcán es femenina. Idda, ella, así es como llaman al monte Etna, una semidiosa que todo lo puede y que en todo influye. En Sicilia, las cenizas del Etna vuelan doscientos kilómetros arrastradas por el viento y se posan ... sobre la tierra volviéndola fértil y enriqueciéndola cada año. Las erupciones de Idda son periódicas, al igual que las del volcán de fuego de Guatemala. En ambos lugares tan distantes, los lugareños conviven sin preocupaciones con los cráteres humeantes y las noches rojizas de la lava desparramándose sobre si misma. En Lanzarote, los volcanes están exteriormente apagados hace mucho, aunque su corazón caliente late dos siglos después de la última gran erupción. Más allá de estas y muchas otras diferencias, todos estos lugares y muchos otros en el mundo –hay 1.500 volcanes activos en la tierra– tienen en común una cosa: la singularidad de sus gentes y de sus pequeñas sociedades resilientes que se han adaptado y han logrado superar todas las penalidades imaginables. Llevan cientos de años acomodándose a los caprichos y exigencias de la naturaleza agreste y difícil, cultivando en lugares imposibles, produciendo vegetales y vinos mágicos, diferentes a todos los demás, con ese punto salino que no se termina de saber si viene del suelo o del mar. El geólogo Llorenç Planagumà, uno de los grandes expertos en la conservación de la geodiversiad, lo explica a su manera. El volcán «genera belleza y también sentimiento de pertenencia». Las erupciones generan destrucción, pero con el paso del tiempo vuelve a brotar la vida, se generan suelos ricos y crece, a menudo, una sociedad cohesionada y fuerte como ninguna.

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