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Un comino ·

Todavía en demasiadas ocasiones se asocia el mundo rural y su sector primario con la sociedad fracasada, con «el poco valor añadido», cuando, en realidad, es un gran pozo de oportunidades

Sábado, 12 de marzo 2022

Las exportaciones agroalimentarias españolas batieron un récord el año pasado y superaron los 60.000 millones de euros. Un 11% más que en 2020, lo que supone un saldo comercial positivo del sector de 18.948 millones. Somos la huerta y el supermercado de los europeos, a los que vendemos el 63% de lo que exportamos. También somos una de las principales potencias del sector agroindustrial, el que se encarga de la transformación en productos del sector primario, convertido ya en la principal industria manufacturera del país (22,8% del total) y en el mayor generador de empleo del sector secundario. El 21% de las personas ocupadas en la industria lo está en actividades relacionadas con la industria alimentaria. Su aportación al IPC alcanza ya el 9%. Resulta que produciendo alimentos y transformando materia prima somos buenos. Hace unos años se minusvaloraba todo lo relacionado con el sector primario, pero ahora la energía o los alimentos se han convertido de nuevo en estratégicos. La pandemia y ahora la guerra han terminado por descarrilar el movimiento de globalización-deslocalización. El mundo sabe que no puede depender para todo de terceros países situados a miles de kilómetros. Sin embargo, cada lunes y cada martes aparece algún iluminado o incluso ministro asegurando que el turismo es «un sector de bajo valor añadido» y arremetiendo contra el consumo de carne o la estructura y prácticas del sector primario. Los miércoles sale un primo suyo defendiendo el mundo rural y algún viernes que no llueve los dos se ponen las botas de monte y se van a hotelitos a jalear la sostenibilidad.

Al compararnos con los alemanes y los noruegos, no paramos de fustigarnos porque ellos tienen una estructura industrial «de alto valor añadido» y algún gurú local sale con el cuento de Silicon Valley. Minusvaloramos lo que tenemos, aquello en lo que somos buenos y líderes y nos fustigamos por lo que ya no podemos ser. Proponemos saltar de un mundo a otro tan solo porque a unos pocos les ha ido bien. Todavía en demasiadas ocasiones se asocia el mundo rural y su sector primario con la sociedad fracasada, con «el poco valor añadido», cuando, en realidad, es un gran pozo de oportunidades. No solo porque la alternativa de las grandes urbes ha colapsado como destino garantizador de progreso y calidad de vida para los jóvenes, sino porque conceptos como «saludable» o «sostenible» encierran una oportunidad única de desarrollo. Vincular la ciencia y la innovación al sector primario y a la agroindustria para satisfacer las demandas de los nuevos estilos de vida saludables puede ser más visionario que seguir llorando por el valle del silicio que nunca seremos.

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