Un menú del Zinemaldi de 1973
Historias de tripaundis ·
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Comienza el festival, empiezan las estrellas a desfilar por el Palacio del Kursaal y se avecinan los clásicos reportajes acerca de si a tal o cual actor, director, jurado o experto le gusta no más o menos sino mucho, muchísimo o inconmensurablemente mucho, la gastronomía ... de la ciudad. Arranca la septuagésima edición del Festival Internacional de Cine, un certamen que desde 1953 ha servido de privilegiado escaparate para impulsar la imagen de San Sebastián y también como potentísimo trampolín de la cocina vasca. Periodistas internacionales y celebridades se agolpan durante unos días en Donostia. Desayunan, almuerzan, comen, meriendan y cenan aquí, exploran la ciudad, visitan este o aquel local y acuden a numerosos eventos en los que nunca falta un buen bocado. Hay comidas de inauguración, canapés informativos, picoteos vespertinos, cenas de clausura… La comida hace siempre de actriz de reparto, de esa secundaria de lujo sobre la que los reporteros pueden escribir en caso de que la estrella protagonista falle o sea antipática.
Eso es lo que pasó en 1973, cuando la 21ª edición del Zinemaldi premió con la Concha de Oro a la mejor película a 'El Espíritu de la colmena'. Aunque el largometraje de Víctor Erice sea considerado ahora una obra maestra, lo cierto es que en su momento no gustó nada. Su pase por la sección oficial cosechó malas críticas e incluso insinuaciones de un supuesto trato de favor por parte del jurado hacia esta película producida por Elías Querejeta. La lectura del fallo final provocó abucheos, silbidos y pataleos nunca vistos, así que hubo quien en su crónica prefirió dedicar más espacio a la cena de aquel día que al veredicto oficial.
El banquete de clausura se celebró el 25 de septiembre de 1973 en el Museo San Telmo. Teniendo en cuenta que el movimiento de la Nueva Cocina Vasca estaba a la vuelta de la esquina y que al año siguiente Arzak recibiría el Premio Nacional de Gastronomía, el menú es extrañamente representativo de la gastronomía 'oficial' que se servía aún entonces en eventos de relumbrón: de corte internacional, sin ninguna concesión a la cocina tradicional o del país y bastante aburrida. Patrocinada por el cava Castellblanch, la minuta comenzaba con un cóctel hecho a base de vino espumoso y seguía con una ox-tail soup o sopa de rabo de buey al whisky, luego darne (que suena más fino que rodaja) de lubina Belle Époque, chuleta de ternera de Ávila Tropical (¿?) y ensalada Mimosa. El único guiño al terruño estuvo en el postre, compuesto por tarta de hojaldre de Tolosa y tejas. Algo es algo.
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