Desde luego que las tradiciones vascas vinculadas a los días de Ánimas (Todos los Santos el 1 de noviembre y Fieles Difuntos, el 2) no son tan coloridas como el mexicano Día de los Muertos y tampoco tan divertidas como la cada vez más extendida ... fiesta de Halloween. Ahí no tenemos nada que rascar, lo siento. Pueden ustedes patalear todo lo que quieran ante la invasión de las calabazas, el truco-o-trato o los dichosos disfraces, pero no conseguirán más que cansarse: frente a las chucherías gratuitas y las historias de miedo no parece que la limpieza y adecentamiento de tumbas ofrezca demasiadas emociones. Ni siquiera los buñuelos de viento o los huesitos de santo, dulces clásicos de estas fechas, resultan ya caballos ganadores.
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Lo más trepidante que hacían los niños vascos durante el Santu Guztin egune de antaño era ir a la iglesia, rezar, visitar las sepulturas familiares y como mucho encender una velita en memoria de los parientes difuntos. Con suerte por la tarde, después de estar toda la familia reunida orando por las almas de los finados, había una afarimerienda con caracoles (como era típico en Arrasate) o cena a base de sopa con garbanzos, gallina en salsa y flan o arroz con leche, así como café y licores. Al menos eso es lo que se cuenta en 'La alimentación doméstica en Vasconia' (1990), obra enciclopédica de Etniker Euskalerria que junto a 'Ritos funerarios en Vasconia' (1995) completa la información sobre las austeras comidas que se degustaban en los caseríos estos días.
Lo más interesante es que, del mismo modo que en los funerales, el día de Todos los Santos se solía llevar a la iglesia una ofrenda de pan. Podían ser panes grandes de casi 2 kilos o piezas más ligeras, elaboradas sin levadura y con forma aplanada. En ese último caso se denominaban olatak, término que al igual que el castellano 'oblada' proviene del latín 'oblatus' (ofrecido). Las olatak se hacían en el horno de casa o se compraban especialmente para la ocasión en la panadería local: no es que fueran precisamente una delicia pero llevaban aparejada una creencia entrañable, la de que los muertos necesitaban sustento de cuando en cuando. Los vecinos de Aretxabaleta decían por ejemplo que tras pasar un tiempo sobre las sepulturas el pan perdía peso, mientras que en la parroquia de Alboniga (Bermeo) aseguraban que las olatak proporcionaban sustantsiye a las almas de los difuntos por quienes se rezaba. Todo esto se dejó de hacer en torno a los años 60 y ¿cómo no va a haber fantasmas, si les cambiamos la miga por flores?
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