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Agosto de 1894. La reina viuda María Cristina y el príncipe Alfonsito veranean en San Sebastián y con ellos se han venido casi todos los altos cargos del Gobierno además de cortesanos, gerifaltes y peloteros varios. El alicantino Trinitario Ruiz Capdepón (1836-1911), ministro de Gracia y Justicia, pasa sus supuestas vacaciones en el hotel Miramar de Hondarribia mientras ultima una importante reforma del sistema judicial, despacha con la regente día sí y día también y aguanta visitas de gente que viene a hacerle la rosca o a pedir favores. Por ejemplo, el diputado Fermín Calbetón y el alcalde de Irun don Juan Arana se han pasado por el hotel para ver si consiguen arrancarle un indulto en favor de un conocido suyo, pero por lo menos —ya podían hacer lo mismo todos los pedigüeños— han tenido la delicadeza de invitarle, mientras se lo piensa, a una excursión con cuchipanda incluida.
No sé para quién era el indulto ni si Calbetón y Arana lo consiguieron. Es difícil sacar más detalles de la prensa de la época, que pasaba de puntillas sobre muchos asuntos pero luego dedicaban espacio a cosas tan aparentemente siesas como la excursión que el ministro hizo a Peñas de Aia. «Hoy harán una visita a la peña de Haya (sic), una de las más elevadas montañas de los Pirineos, los Sres. Capdepón y Gullón, el alcalde, el comandante de la Guardia Civil y las demás autoridades de Irún», decía el diario El Imparcial. La excusa era que el ministro visitara las minas de Arditurri, pero no nos engañemos, ahí había runrún de intereses soterrados. El periódico tolosarra y calistón El Cántabro se olió el percal y puso el grito en el cielo: aquella jira con viaje en ferrocarril minero y banquete para 50 estómagos agradecidos la iban a pagar las arcas públicas. Gracias a su indignación sabemos que a aquel «hojaldre preparado en la repostería electoral» acudieron, aparte del ministro Capdepón, el gobernador del Banco de España, el alcalde de Madrid, el gobernador civil de la provincia y la corporación municipal de Irun al completo. El Cántabro también dio un detalle importante: la comida fue servida en una de las dependencias de la mina «por el fondista Miguel Tellechea».
Lo mejor de todo es que el menú de ese ágape figura entre los fondos digitalizados por el Museo Vasco de Bilbao y resulta que fue íntegramente escrito en euskera. En euskera de entonces, que no siempre es fácil de entender (¿qué demonios significan estikatua o heamena? ni siquiera Euskaltzaindia lo sabe) pero que nos deja entrever que aunque se tradujeran al idioma local, los platos seguían siendo de inspiración claramente francesa. Para empezar, puré de guisantes a la Brunoise. Para seguir, «basauntz azpizunak Villeroi gisara» o solomillo de corzo a la Villeroi, salmón con salsa mahonesa («izokea arraultz-olio nasjakiagas»), pollo a la cazadora con vainas, pierna de carnero asada con acederas, pavo con trufas y manteca y helado de vainilla («isotzora leka usaintzuarekin»). ¡Como para no indultar a quien fuese!
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