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Me lo encontré el otro día en un sitio web de coleccionismo. Lo vende un señor de Murcia, como el de Ninette, y se trata de un pasaporte al cielo culinario en forma de vales de comida. En concreto, los que recibieron los periodistas acreditados ... y otros asistentes al XXIX Festival Internacional de Cine de San Sebastián para que comieran de balde en algunos restaurantes de la ciudad.
La vigésimonovena edición del ZInemaldi se celebró entre los días 17 y 28 de septiembre de 1981. Por entonces el festival estaba en un limbo extraño, perdida la máxima categoría A que adorna a este tipo de eventos cinematográficos y sin palmarés oficial. Eso no impidió que visitaran la ciudad artistas tan relevantes como François Truffaut, Anthony Quinn o John Hurt, que aprovechó su estancia en Donostia para pegarse un homenaje en Arzak y posar para los fotógrafos con un sonriente Juan Mari. El restaurante del Alto de Miracruz presumía ya de dos estrellas Michelin, así que imagino que hubo tortas por reservar allí entre los afortunados poseedores de esos vales que he mencionado antes. Cada uno de esos tickets personales, intransferibles e imagino que altamente codiciados llevaba una fecha y un importe: sólo podían usarse el día correspondiente, en ciertos establecimientos y para pagar comidas por el monto indicado en el papelito. Lo que se pasara de esa cifra lo sufragaba cada uno de su propio bolsillo, pero resulta entrañable saber que hace 43 años un bono de 300 pesetas permitía cenar algo en Arzak. O en Casa Nicolasa. O en Akelarre.
El listado de comedores acordados lo completaban Salduba, La Cepa, Basarri, Idoia, Leku Eder, Guria, el Mirador de Ulia, Casa Vallés, Oquendo, el Bodegón Anastasio, Recondo, Mendizorrotz, el asador Isla y los restaurantes o cafeterías de los hoteles María Cristina, de Londres, San Sebastián y Costa Vasca. No he encontrado rastro de ningún otro salvoconducto gastronómico-festivalero anterior al de 1981, así que es posible que la idea de alegrar los paladares acreditados con lo mejor de los fogones locales fuera de ese mismo año. Tal y como podemos leer en la revista 'Festival' (18 de septiembre de 1981), la organización había decidido apostar de pleno por el combo cine-cocina gracias a la creciente fama de la Nueva Cocina Vasca y de sus artífices. «Se quiere dar a la fiesta del cine un cierto matiz gastronómico», decía un artículo, «llevar la cocina al cine, sentar a los cinéfilos alrededor de una mesa». Se habían percatado de que los actores y cineastas que venían pedían cada vez más información sobre dónde comer. Algunos de ellos —especialmente los españoles— eran conocedores de la revolución que Arzak y Subijana habían iniciado en 1976.
En las noticias sobre el acto de inauguración de aquel XXIX Festival se recalcó que «por primera vez en la historia del festival se ofreció un lunch y un cocktail totalmente vascos servidos por la Nueva Cocina Vasca y el bar Maxim's, respectivamente». En el Museo de San Telmo se comieron crêpes de txangurro, pastel de kabrarroka, merluza frita, tartaletas con revuelto de setas, anchoas y txistorra además de cócteles a base de sidra y txakoli. Después de eso, ¿quién no iba a matar por conseguir los vales?
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