Hubo aurresku espontáneo y lágrimas de despedida el pasado domingo en la calle Manterola de Donostia. El asador Txokolo, otro de esos clásicos de comidas y cenas en torno a un revuelto de ajos con bacalao y una chuleta a la parrilla, ha bajado la ... persiana sumándose a una lista cada vez más amplia de restaurantes que cierran por falta de relevo generacional. En apenas unas semanas, la gastronomía guipuzcoana ha lamentado la pérdida desde ese caserío de Igeldo que alberga tantos recuerdos familiares como es el Mendizorrotz a referentes de leyenda como Zuberoa, a donde sus clientes peregrinan para el 'agur' antes de su cierre definitivo en fin de año.
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Mari Carmen Aginagalde recogía la mañana de este martes algunos enseres del comedor, situado en un sótano de lo que antaño fue la lavandería del céntrico hotel Orly, y que el 11 de agosto de 1981 abrió sus puertas de la mano de su marido, el aiarra Iñaki Illarramendi, y de su cuñado, nieto del afamado txistulari azpeitiarra Jose Mari Gurrutxaga 'Txokolo'. De ahí el nombre del asador, al que se accede por una angosta escalera y donde todo huele, u olía, a tradición: desde la decoración, que no ha variado en cuatro décadas y está presidida por un cuadro de 'Txokolo' que data de 1939 y su tamboril, hasta la carta, con platos de los de toda la vida.
Una comida o cena típica en el Txokolo iba desde entrantes a base de pimientos rellenos o asados, ensaladas, revueltos o alcachofas con jamón en temporada, hasta los chuletones a la parrilla de carbón, una de las estrellas del asador, junto con el pescado también a la parrilla. «Antes se pedía mucho rape, ahora está más de moda el rodaballo. ¿Lo que más hemos servido? Chuleta», comenta esta hernaniarra que disfruta por primera de vez, a sus 75 años recién cumplidos, de paseos junto a La Concha «sin las prisas del día a día». ¿De postre? Pongamos una ración de pantxineta o tarta de trufa. «El domingo no quedó ni una para llevar a casa».
El asador, que los Illarramendi-Gurrutxaga han pilotado en solitario con la ayuda de sus dos hijos desde hace varias décadas, cierra por ese gran reto al que se enfrenta la hostelería: la falta de relevo generacional. «Es que esto es muy sacrificado. Aquí sabes cuándo empiezas pero no cuándo acabas», cuenta Mari Carmen acerca de jornadas de 14 horas al pie del cañón y una vida «a contracorriente, trabajando en días festivos y en periodos de vacaciones. Nosotros somos de otra época, pero hoy en día no es fácil seguir este ritmo». Los hijos tienen otras inquietudes y ha llegado la hora de la jubilación y retirar el cuadro con la imagen del txistulari 'Txokolo' que ha presidido la entrada durante cuatro décadas junto a su tamboril.
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Su clientela más fiel se ha ido despidiendo a lo largo de las últimas semanas, con comentarios que se han ido repitiendo. «Nos han dicho que no podíamos cerrar, que ya no quedan restaurantes con un estilo en el centro... Pero es mucho trajín, con las compras, las cuentas o la búsqueda de personal, que es muy difícil de encontrar», asegura Mari Carmen, todavía haciéndose a la idea de que ya no tendrá que volver a la que ha sido su segunda casa y a esperar a que se levantara el último cliente «porque tienes que estar ahí, no le puedes echar. Cerrábamos el domingo por la noche y el lunes, pero el domingo, entre que se iban los últimos, recogías todo, lo ponías 'txukun' de nuevo y te daban las ocho de la noche. Así que te quedaba solo el lunes». Ahora ya podrán descansar.
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