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Retaguardia y vanguardia (II)

Un comino ·

Domingo, 30 de octubre 2022

Lo del cierre de Zuberoa de la familia Arbelaitz era sabido hacía bastante tiempo. A Roser Torras y a mí nos lo habían confirmado en persona los dos hermanos mayores el ocho de setiembre en la mítica terraza de su casa. Entonces aún no ... sabían la fecha. Aunque ahora ya se conoce que será a final de año. Así que nos queda solo decirles 'agur eta ohore' por todo lo que han hecho. Se va una casa mítica que ha representado el culmen de una cocina inexistente fuera de las paredes del caserío Garbuno. Se ensalza siempre «la cocina vasca de Zuberoa», pero en ningún otro lado se cocinaba como allí. Hilario logró la comprensión absoluta del gusto de los hijos de Aitor y la tradujo en una suculencia sin estrambote, le puso alas a las cucharas y logró salsas profundas como el Cantábrico y ligeras como el viento que despertaban la infancia de cualquier paladar de las doce tribus, pero nunca fue la cocina de ninguna casa, ni la de la más ilustrada. Cuando digo Zuberoa digo cocina vasca por abreviar, porque si nos ponemos puntillosos debería decir cocina del Bidasoa, de frontera, porque bebe de las dos orillas del río y es por ello, porque se imbrica en el corazón de un territorio improbable, con tres idiomas y dos países, que es tan singular. Pero volvamos a los que llegaron después de que Martín Berasategui fuera el penúltimo -por edad- en coger aquel tren que salía de la estación de San Sebastián a conquistar la península y el joven Aduriz, a la postre uno de los más influyentes de su generación en el mundo, se agarrara a la manilla del último vagón con los pies todavía en el aire.

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