Los zombis existen más allá de las series televisivas. El síndrome del zombi consiste en creer que estás muerto y que tu alma te ha abandonado. Los afectados dicen que su carne se pudre y corren gusanos por su piel. Son cadáveres andantes. Este síndrome, ... descrito por Jules Cotard en 1880, nos adentra en el problema de la conciencia y la autoconsciencia, uno de los más peliagudos (y atractivos) de la Neurociencia. Dónde asienta y cómo ocurre es un misterio. Se cree que la consciencia surge de la integración de información externa e interna con la memoria y las emociones. Las personas con síndrome de Cotard viven desconectadas del mundo exterior e interior. Es el caso de Graham que cree estar muerto desde hace 9 años. Sufre una grave e intensa depresión. Afirma que su cerebro desapareció tras freírlo en la bañera cuando quiso suicidarse. No se explica cómo puede hablar o moverse sin cerebro. No siente, no piensa, nada tiene sentido en su vida, ha perdido el olfato y el gusto. Se le realizó una prueba de neuroimagen que mostró que amplias áreas frontales y parietales de su cerebro estaban tan poco activas como las de una persona en estado vegetativo, anestesiada o profundamente dormida. Estas áreas forman parte de la red de funcionamiento por defecto, un sistema cerebral vital para la consciencia y la teoría de la mente (gracias a ella entendemos lo que otras personas pueden estar sintiendo o pensando). Es vital para crear a partir de la memoria nuestro sentido del yo como agente responsable de nuestras acciones. Graham no se convence al ver las imágenes de su cerebro en acción pero va mejorando con psicoterapia y medicamentos.

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La palabra zombi tiene un origen africano, tal vez del congoleño «nzambi» que significa espíritu de una persona muerta. Desde la implantación de la cultura vudú en Haití, se ha especulado con la posibilidad de convertir en zombi a una persona con la utilización de tóxicos que incluso pueden someterlos a la voluntad de otra persona. Existe un magnífico ejemplo de zombificación en el mundo animal. La avispa esmeralda inyecta un veneno en el sistema nervioso de las cucarachas. La avispa es mucho más pequeña que la cucaracha. El veneno es una potente neurotoxina que bloquea las terminaciones nerviosas y paraliza las patas delanteras de la cucaracha. Entonces la avispa la guía a su nido donde le inyecta un cóctel de toxinas que bloquean el receptor del neurotransmisor octopamina. El cóctel tóxico no paraliza sino que anula la voluntad del artrópodo. Así la convierte en su esclava sumisa y planta sus huevos en el abdomen de la cucaracha zombie que no forcejea ni intenta huir. Su metabolismo cambia para almacenar más nutrientes y cuando las larvas de la avispa eclosionan, devoran su interior y comienza un nuevo ciclo vital. Inquietante y asombrosa maravilla de la adaptación biológica: la avispa esclaviza, pero no mata ni paraliza totalmente a su víctima pues no garantizaría la vida de sus larvas. A veces la naturaleza da pavor.

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