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El atardecer nos pilló en las montañas de Istria. La acampada libre está prohibida en toda Croacia, pero en la aldea de Žejane preguntamos a los vecinos si les molestaría que durmiéramos en un prado: nos señalaron la fuente, nos preguntaron si necesitábamos comida y ... nos desearon buenas noches. Entiendo que las autoridades limiten la acampada en parques naturales o zonas masificadas, pero me enfadan las prohibiciones de brocha gorda, la tendencia a restringir el espacio público, a privatizar y explotar la satisfacción de cualquier acto humano, incluido el de dormir debajo de un pino sin molestar a nadie, la obligación de fichar, pagar, consumir.
Viajando en bici recupero el mundo: este prado croata se me ofrece -abierto, acogedor, desinteresado- durante unas horas. Es mío, es de todos, no necesito poseerlo. Stevenson durmió bajo las estrellas en los montes de Cévennes: «Noche tras noche hay para el hombre un lecho tendido en los campos, donde Dios mantiene casa abierta. He redescubierto una de esas verdades que les son reveladas a los salvajes y ocultadas a los economistas». Y pagó dejando caer unas monedas en el sendero, con la esperanza de que no terminaran en el bolsillo de algún propietario.
Recorrimos Croacia con esa vida portátil que permite la bici, una vida ligera, alegre, libre, iba a decir sostenible. Pero con el hambre que da el pedaleo, con el trabajo que di todos los días a la industria cárnica, sospecho que habría salido más ecológico viajar en reactor.
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