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Circulábamos por los Cárpatos cuando saltaron unas alarmas estruendosas en los móviles y un texto en rumano y en inglés: por la zona merodeaba una osa con crías, debíamos permanecer en los coches o en las casas. Era una alerta que se disparaba en todos ... los teléfonos que entraran en cierto perímetro, un aviso que yo al menos agradecí, pero a algunos les parecería una intolerable intromisión del Estado en el derecho de cualquier individuo a ser libremente devorado por una osa. Así pensarían los opinólogos que denunciaron indignados la alerta 'orwelliana' que mandó la Protección Civil de Madrid a los móviles por riesgo de inundación en 2023.
Me cuesta creer que lo piensen de verdad. Algunos disparates parecen más bien consecuencia de esas ansias de opinar todo el rato. Hay comentaristas (algunos incluso fueron buenos reporteros) que han alcanzado un prestigio en ciertos ecosistemas ideológicos y necesitan lanzar siempre las opiniones más furibundas, porque viven enganchados a la ovación de los fans. En las primeras horas de la riada de Valencia, en pleno naufragio de las instituciones, el silencio de los demás era necesario para que resonaran los avisos en las redes, los mensajes de los afectados y las informaciones de los periodistas sobre el terreno, pero algunos soltaron enseguida su catarata de opiniones sin fundamento, su indignación selectiva, sus bulos, su paletada de barro. A veces bastaría con callarnos un ratito nada más.
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