Biriatu es un pueblo de postal, caseríos blancos con tejados rojos, vacas en los prados, tranquilidad suiza. Vas cualquier día y piensas: el típico pueblo en el que nunca pasa nada. Pues es el pueblo en el que las mujeres servían la cena a los ... comandantes nazis en el comedor mientras escondían a los aviadores aliados en el desván. El del sacerdote que tras la guerra pasó por el Bidasoa a dos niños judíos de padres asesinados en Auschwitz, en un gesto que Orson Welles idealizó en su película vasca como si hubiera sido un rescate y que en realidad fue un secuestro para no entregar los niños a su tía judía. En Biriatu los contrabandistas pasaban a los emigrantes portugueses; dos encapuchados de los GAL mataron a Christian Olascoaga, de 22 años, porque lo confundieron con alguien de ETA; la Policía abrió una tumba para buscar en vano los restos de 'Pertur', dirigente de ETA p-m, cuya desaparición nunca se ha aclarado. Es un pueblo como tantos, atravesado por la historia y la tragedia.
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Allí una lápida recuerda a Jorge Semprún, nacido hace cien años en Madrid, partisano contra los nazis, superviviente del campo de Buchenwald, militante antifranquista, expulsado del Partido Comunista, ministro de Cultura, escritor de ficciones en francés y autobiografías en español. A Semprún lo enterraron en París, pero él dejó escrito que prefería Biriatu, este mirador sobre el Bidasoa al que se asomó en 1939, «lugar fronterizo, patria posible de los apátridas».
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