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Bernard Abraham nació en 1948, en una de las pocas familias judías que sobrevivieron al Holocausto en Baiona. Esta comunidad llevaba cinco siglos en la capital labortana y llegó a representar la cuarta parte de su población. Ahora quedan apenas dos centenares. Abraham me paseó ... por Saint-Esprit, el barrio de la sinagoga, del cementerio judío, el barrio donde ahora viven migrantes africanos y asiáticos que erigieron una mezquita. En 2019, un candidato del Frente Nacional dio fuego a la mezquita, se lió a tiros y dejó dos heridos. Otra noche, alguien colgó cabezas de cerdo. Abraham, miembro del comité interreligioso, visitó comercios musulmanes para expresarles la solidaridad de los judíos. «Nos dimos abrazos, lloramos, fue emocionante. Los musulmanes nos devolvieron el cariño cuando alguien profanó tumbas judías y pintó esvásticas. Algunos ultras quieren enfrentarnos pero no lo van a conseguir».
En la ciudad italiana de Ferrara, otro de los antiguos focos del judaísmo ya casi extinguidos en Europa, el vicepresidente de la comunidad hebraica Massimo Acanfora me dijo algo parecido en 2019: «Algunos nos quieren como compañeros de lucha contra los musulmanes, los africanos, los gitanos, en defensa de una supuesta civilización judeocristiana. Lo siento, pero eso lo rechazamos. Nosotros creemos en la igualdad y en la acogida al extranjero». Es importante que resuenen, en tiempo de masacres, voces firmes como las de Acanfora y Abraham.
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