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Klaus Pedro Schütt, boliviano de 63 años, alto, delgado, pelo blanco revuelto y piel rosada, me recibió en su casa colonial de Sucre. Pasamos a una sala de ambientación cretácica –helechos, araucarias, rocas formadas por los restos de vida más antiguos del planeta–, y me ... señaló un pedrusco granuloso en el suelo: «Un coprolito», me dijo triunfal. «Un excremento fosilizado de dinosaurio».En 1994, Schütt se fijó en unas huellas que recorrían las paredes de una cantera cercana y no tuvo ninguna duda de que pertenecían a dinosaurios. Hasta entonces el mayor yacimiento mundial sumaba 220 pisadas, pero él ignoraba ese dato. Telefoneó a varias universidades. «¿Cuántas huellas dice que encontró?». «Más de mil». «Ah. Ya le llamaremos». Nadie le hizo caso. Ni museos ni revistas científicas ni Steven Spielberg, a quien mandó fotos para convencerle de que proyectara 'Jurassic Park' en la inmensa pared de la cantera. En 1998, por fin, un paleontólogo suizo cayó de rodillas ante la pista de baile de los dinosaurios: acabó identificando más de diez mil pisadas de docenas de especies, que habían caminado por la orilla pantanosa de un lago poco antes de que una erupción volcánica sellara el terreno. Las huellas permitieron recrear con detalle el mundo de hace 66 millones de años. Y su descubrimiento fue un canto a la curiosidad infantil: «Yo leía libros ilustrados de dinosaurios a mis hijas, porque les encantaban», me dijo Schütt. «Por eso identifiqué las huellas».
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