La primera vez me mosqueé. Subía el Tourmalet y me alcanzó un ciclista de unos sesenta años que pedaleaba con poca cadencia y mucha velocidad, mecagüen, no fastidies, que tengo veinte tacos menos y me va a adelantar. Resultó que iba con una bici eléctrica. ... En aquel viaje pirenaico de 2017 empecé a ver muchos ciclistas eléctricos, aprendí a no picarme como un bobo y al final me alegré: gracias a esos motorcillos, cada vez más gente se anima a pedalear. Pero hace poco, caminando por un monte guipuzcoano, me crucé con un grupo de bicis eléctricas de montaña. Ese monte tiene pistas amplias y estupendas para pedalear, pero gracias al motor los ciclistas se adentraban incluso en caminitos abruptos, antes impensables para ellos. Ahí los senderistas nos los encontrábamos de golpe y nos apartábamos. Como es un monte muy frecuentado por paseantes, me pareció invasivo (y erosivo).

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En Noruega han propuesto restringir el uso de vehículos fuera de las carreteras, incluidas las bicis eléctricas. Alegan que esas bicis pueden llevar a demasiada gente a zonas naturales frágiles, y las quieren excluir de casi todos los recorridos ciclistas habituales. Suena excesivo, porque la bici eléctrica disturba mucho menos que otros vehículos, permite que más gente disfrute de planes saludables, fomenta modos de transporte y turismo más sostenibles... La bici eléctrica es un gran invento. Como pasa con todos los vehículos, solo tenemos que afinar la convivencia.

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