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Me cae desde varios frentes un vídeo supuestamente chistoso en el que una chica habla con su pareja, un tal Julián que no aparece en ... pantalla. Él se marcha un sábado a pedalear cinco horas y ella se queda resignada en casa; ella se pasa la mañana cocinando unas carrilleras que él no comerá porque ha almorzado con sus colegas ciclistas; ella renuncia a arreglar el coche porque él prefiere comprarse otra bici... y así todo el rato. Por los mundillos ciclistas circulan con éxito estos vídeos casposos. Representan un mundo en el que las mujeres nunca salen en bici y no saben qué hacer ellas solas, mientras los hombres se ríen encantados de su obsesión ciclista y de lo jetas que son con sus parejas (con sus parientas, como suelen decir).
Una mujer tuiteó que estaba harta de ver «estas mierdas» en el Whatsapp de su grupo ciclista, «porque significan que ese no es mi sitio y estoy de prestado ahí». Mi novia sale en bici, yo salgo en bici, a menudo salimos juntos. Y coleccionamos perlas: cuando vamos juntos me han solido preguntar «adónde la llevas» (nunca al revés); cuando va ella sola algún conocido le ha dicho «hoy te ha dejado solita» (nunca a mí), otros le han soltado comentarios paternalistas, y babosos le han gritado desde sus coches. La tuitera decía que los ciclistas jóvenes vienen «menos contaminados» y que el ambiente se irá haciendo más respirable. Ojalá. Porque una ciclista con voluntad propia es, todavía para muchos, una especie de alienígena.
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