En su antiguo taller de carpintería Joan Vehí había alineado setecientas máquinas de fotos datadas desde 1864, archivos con cien mil negativos y docenas de fotos enmarcadas. Todos le preguntaban por las que hizo a Dalí, pero él prefería hablar de otras: pescadores, bodas, cosechas, ... el primer atasco de coches en Cadaqués, el barco atrapado en un mar de cristal cuando el Mediterráneo se congeló en 1956.

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Vehí fue el carpintero al que Dalí encargaba los bastidores de sus cuadros, los muebles de su casa de Portlligat, la cruz hecha con cubos de madera de olivo que el artista pintó en el 'Cristo hipercúbico'. Dalí tenía sus fotógrafos. Vehí solo era el carpintero que trabajaba muchos días en su casa y tenía afición por las fotos. Eso le dio una ventaja: la naturalidad. Pudo tomar imágenes de Dalí sentado bajo los olivos retorciéndose el bigote, dando un paseo con el último rey de Italia o besando a su mujer Gala. En el caso de Dalí, que preparaba concienzudamente sus montajes, sus disfraces, el espectáculo de sí mismo, estas fotos son extraordinarias: porque son normales. «La obligación de Dalí era exagerar, cuidar su fama extravagante, pero en Cadaqués él era un señor de lo más normal», me dijo un vecino. «A ver, Dalí estaba loco como lo estamos todos».

Conocí a Vehí con 88 años y el fémur fracturado, así que cometí la estupidez de preguntarle si seguía sacando fotos: «Claro, hombre, todos los días. Si sales a la calle, siempre hay tema».

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