En el largo descenso del Galibier, Francisco Cepeda cayó a toda velocidad y se golpeó la cabeza contra el suelo. Volvió a la bici y reanudó la marcha, pero se desmayó unos metros más adelante, lo trasladaron al hospital de Grenoble y allí le diagnosticaron ... una fractura de cráneo. Murió tres días más tarde, a los 29 años.

Publicidad

Cepeda había sido el primer vasco en terminar el Tour, en 1930. El ciclismo no le daba para ganarse la vida, así que trabajaba de juez de paz en Sopuerta, pero en 1935 dejó el sillón, se montó en el sillín y se lanzó de nuevo a aquella pasión por el Tour que lo devoraba. Que lo devoró.

Según testigos, Cepeda perdió el control de la bici de repente. La causa judicial la archivaron, pero quedó flotando una hipótesis: se le había despegado el tubular. En aquel Tour los ciclistas padecieron una epidemia de pinchazos, y no se debió a las tradicionales siembras de clavos (pactadas entre los aficionados de cada región y su ídolo, quien sabía por qué lado de la carretera debía pedalear para librarse), sino a una novedad técnica: las ruedas proporcionadas por la organización llevaban, por primera vez, llantas de duraluminio en lugar de madera. El metal se recalentaba en días soleados o en bajadas que obligaban a frenar mucho, el pegamento se derretía, los tubulares se soltaban o reventaban. El diario organizador del Tour silbó mirando a otro lado: publicó un breve sobre la muerte de Cepeda y ese mismo día restituyó las llantas de madera.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad