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He escrito pocas entrevistas. Es un género periodístico al que le tengo mucho respeto: me parece fácil hacer una entrevista, me resulta muy difícil hacer una buena. Por eso me disgusta cuando un periodista manda una lista de preguntas al entrevistado. Primero, porque me parece ... mucho morro que el entrevistador le cargue al entrevistado el trabajo de escribir el texto, y, sobre todo, porque eso no es entrevistar a alguien, eso es enviarle un cuestionario y renunciar al encuentro. A veces no queda otro remedio, lo sé. Pero una buena entrevista exige una participación activa del entrevistador, conocimiento, documentación y reflejos para detectar incoherencias, entrever grietas, repreguntar, cuestionar, afinar matices o abrir temas inesperados que enriquecerán el texto. Hace falta talento y trabajo.
De estudiante me zampé varias veces 'Entrevista con la historia', la recopilación de entrevistas que Oriana Fallaci hizo en los años 70 a presidentes, dictadores, generales, líderes mundiales de todos los colores, algunos responsables de mucho dolor, a quienes apretaba y apretaba. Aprendí que no hay nada como una buena entrevista para desenmascarar a tipos miserables. Por eso me parece estupendo que Jordi Évole presente en el Zinemaldia su entrevista a Josu Urrutikoetxea, dirigente de ETA (y miembro de la comisión de Derechos Humanos en el Parlamento Vasco, en un episodio bochornoso de nuestra historia). Juzgaré esa entrevista cuando la vea, no antes.
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