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Durante los próximos diez años desmantelarán la central nuclear de Garoña, con un coste de 475 millones de euros. Aparte pagaremos la gestión de los residuos, que permanecerán en un «almacenamiento geológico profundo» aún sin determinar, hasta que se desintegren o hasta el día del ... juicio final, lo que ocurra antes. Con semejantes escalas de tiempo y peligro no me extraña que la instalación se llamara Central Nuclear de Santa María de Garoña. De esa manera, el reactor estaba protegido por una vasija de hormigón de 310 toneladas, un perímetro de arbolitos que le daba un aire como de merendero y también por la Virgen. De manera parecida, la central de Chernóbil se llamaba Central Nuclear Vladímir Ilich Lenin: el ser humano es ese animal científico que sabe liberar la energía del átomo y al mismo tiempo pide tutela a sus divinidades porque no termina de fiarse.
En la costa vasca, entre las ermitas que servían de referencia geográfica a los marinos, no hay templo más impresionante que la central abandonada de Lemoiz. El buceador Xabier Armendariz me contó que mirando desde el mar alineaba las dos cúpulas atómicas con cierto monte del interior, y así localizaba, bajo su barco, un oasis de pesca submarina. Antes los marinos daban limosnas a las ermitas para pedir seguridad y buena pesca; ahora nosotros, tan racionales, pagamos 380.000 euros al año para mantener este templo del Átomo Santo de Lemoiz y a cambio sacamos algunas langostas.
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