A sus 19 años, Javier Iriondo recibió una carta de su hermano Dionisio desde Australia. Estaba repleta de dinero, para que se comprara un billete de avión. En 1958, Dionisio había viajado mes y medio en barco hasta las antípodas; en 1960, Javier fue uno ... de los primeros emigrantes que voló en apenas cinco días. Los Iriondo eran trece hermanos y su caserío Domingotegi, en Legorreta, no daba para todos.
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«Muchos vascos emigraron por escapar de la miseria y les daba igual dónde ir», nos contó Iriondo en su casa de las antípodas. «¿Australia? Pues a Australia. Muchos no sabían ni que era una isla ni qué idioma se hablaba, eso daba igual. Yo conocí a uno que se embarcó en Barcelona para emigrar a los Estados Unidos. El hombre no sabía que el barco hacía escala en Génova para recoger emigrantes italianos. Llegaron allí, oyó que la gente del puerto hablaba un idioma raro y se bajó. Creyó que aquello ya era América».
Javier siguió a Dionisio y se puso a cortar cañas de azúcar en el trópico de Queensland. «Las cortábamos con el machete y las cargábamos a hombros hasta un vagón. Con el sudor y el polvillo que caía de la caña, acabábamos rebozados de negro. Hacía un calor insoportable. En los descansos, cuando bebíamos té helado, hincábamos el machete para que el mango no tocara la tierra, porque se ponía ardiendo y era imposible agarrarlo». En seis meses cortó 1.700 toneladas de caña y ganó lo suficiente para devolver el dinero a su hermano. (Seguirá).
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