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Javier Iriondo recordaba el sobre que recibían cada dos semanas en el trópico de Australia, con el sueldo correspondiente a las toneladas de caña de azúcar que hubieran cortado. «Nos daban un montón de billetes lisos, y un papel con la cifra bruta y la ... resta de 42 libras para las cotizaciones sociales. Un italiano preguntó por qué nos quitaban esas libras y el jefe le dijo que se las quedaba Robert Menzies. El italiano fue al bar y anduvo preguntando por el tal Menzies para partirle los dientes». Menzies era el primer ministro de Australia.
Iriondo también recogió hojas de tabaco, taló eucaliptos, transportó madera. Tras dieciséis años deslomándose, en 1976 volvió por primera vez de visita a Legorreta: «Todos me miraban la maleta como si estuviera llena de oro, pero no llevaba más que calzoncillos sucios. Un compañero volvió desde Australia para ver por última vez a sus padres. En su pueblo creían que se había hecho millonario. Y a él le daba tanta vergüenza presentarse sin nada, que se bajó del tren antes de llegar a casa y se volvió para Australia».
Iriondo murió el año pasado. Hace veintidós años nos quedamos unos días en su finca del sur de Australia. Aunque ya estaba jubilado, no paró de trabajar la huerta, cortar la hierba, cuidar vacas y ovejas. Su hijo José Javier se reía: «Se nota que es vasco». Iriondo sonreía en silencio, con la melancolía de quien dejó su caserío y sabe que su hijo pertenece ya a otro mundo.
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