Jesús Loroño oyó una campanilla, vio que la barrera del tren bajaba y supo que era la oportunidad de su vida: se escapó del pelotón, agachó la cabeza, pasó la barrera por los pelos y siguió disparado hacia el Aubisque. Lo habían llevado al Tour ... de 1953 como gregario, se había dedicado a tirar de sus líderes y a darles su rueda cuando pinchaban, marchaba el penúltimo en la general, pero estaba convencido de que los Pirineos podía convertirlo en figura. Con el truco del tren ganó un par de minutos, pero daba igual, ese día volaba: aumentó su ventaja en el Aubisque y llegó a la meta de Cauterets con seis minutos sobre Robic, Bobet y Bartali. En los Alpes emprendió cabalgadas solitarias para convertirse en el primer rey vasco de la montaña.

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Su madurez coincidió con la eclosión de Bahamontes. Ambos aspiraban a la capitanía de la selección española en el Tour y solían disputársela en la Vuelta. Loroño perdió la Vuelta de 1956 por trece segundos ante el italiano Conterno y la prensa mostró una foto escandalosa: Conterno subía a Urkiola agarrado a Bahamontes, quien lo remolcaba con todas sus fuerzas para fastidiar a Loroño. Cuando el seleccionador Langarica designó a Bahamontes como jefe de filas para el Tour de 1959, los loroñistas le destrozaron el escaparate de su tienda de bicis en Bilbao. Bahamontes ganó el Tour y Loroño no volvió a brillar, pero su fogonazo en el Aubisque alumbró el primer entusiasmo multitudinario por un ciclista vasco en el Tour.

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