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«Mi madre nació en una cueva», dice Rubén Mendi, «y allí vivió con toda su familia hasta 1965». Ahora las cuevas bardeneras son alojamientos turísticos con buenos suelos y paredes encaladas, grandes camas, muebles modernos, cocinas bien equipadas y hasta bañeras de hidromasaje. Pero ... Mendi, hostelero de Valtierra, no olvida que estos huecos en roca viva fueron la única vivienda posible para quienes no tenían dinero «ni para comprar un ladrillo».
Los hombres empezaban a excavar el monte a los 17 o 18 años, porque no podían casarse hasta que tuvieran al menos un par de huecos para el dormitorio y la cocina. Eran jornaleros que doblaban el lomo de sol a sol y luego, de noche, le daban al pico y la pala otro par de horas, para seguir ampliando la cueva y hacer sitio a los niños que iban naciendo. Mendi habla del campesino que volvió por la noche con un mendrugo que no había querido comerse para repartirlo entre sus cinco hijos: así pudieron mojarlo en el único huevo frito, mientras él se acostaba sin cenar.
Nadie se preocupó, dice Mendi, hasta que en los años 60 un periódico francés publicó fotos de una familia troglodita de Caparroso y las autoridades españolas se avergonzaron. Construyeron casas baratas y dinamitaron las cuevas, salvo algunas que permanecieron como almacenes o establos y que a partir de los 80 fueron rehabilitadas. Somos afortunados de disfrutar como atractivos turísticos esos mordiscos que dejó el hambre en el paisaje.
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