Martín Caparrós se puso a mover sillas y mesas antes de impartir un taller de libros periodísticos de cinco días. No quería sentarse al frente, magistral, con los alumnos alineados mirándolo a él. Lo dispuso todo en círculo, porque la forma en que se comparten ... los discursos es ya un rasgo de su contenido. Caparrós desmenuzó sus crónicas-ensayo tan monumentales como 'Ñamérica', 'El Interior' o 'El Hambre', habló de la crónica como instrumento político para cuestionarlo todo, para luchar contra la pereza periodística y el pensamiento acomodado. Grandes asuntos, sí, pero lo que más suelen recordar sus alumnos es que los puso a contar sílabas para mejorar la música de sus frases, o a discutir la elección de un verbo durante diez minutos. Otra vez la forma. Porque el mejor periodismo despega cuando también es buena literatura. Eso no significa enredar un texto con filigranas, sino hacerlo atractivo, inquietante, memorable: eficaz.
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Hoy, en la casa de cultura Ernest Lluch, Caparrós presenta 'Antes que nada', unas memorias que decidió escribir cuando supo que tenía ELA, enfermedad sin remedio. El libro, atravesado por la congoja, es un repaso fascinante de sus aventuras y malandanzas, una celebración de tantos viajes, libros, empeños, militancias, fracasos, de amores y amarguras, placeres y dudas, una celebración de tanta vida. Caparrós viene ahora en la suya de ruedas, dispuesto a lo que mejor sabe: a tocar las narices y a movernos la silla.
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