Bi haritz horien artetik pasatzen da muga, me dice Sylviane Erreca. La frontera pasa entre esos dos robles, se supone que uno es francés y el otro español. Los troncos crecen rectos, obedientes, como si respetaran los tratados internacionales; pero sus raíces se extienden por ... el subsuelo sin ley, absorben nutrientes de un lado y del otro; las ramas se extienden por el aire en todas direcciones y dejan caer sus bellotas en el extranjero. ¿De quién son esas bellotas? ¿Del país que las engorda o del país en el que caen?

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¿Y Sylviane de qué país es? Nació en el caserío Pallaenea, cerca de los robles, en el Quinto Real: un territorio comunal de los pastores de Baztán, Erro y Baigorri, el último fragmento del reino de Navarra que España y Francia olvidaron repartirse, hasta que en 1856 trazaron una raya absurda. España se quedó con una franja de la vertiente norte en la que había ocho caseríos de familias de Baigorri, de ciudadanía francesa. Allí nació Sylviane en 1957, en una familia que vivía como los robles fronterizos: de día regentaban una venta (compraban productos españoles y los vendían a clientes franceses) y de noche se dedicaban al contrabando. Sylviane estudió en Baiona y allí se casó con Xabier, un funcionario de la aduana portuaria. «¡Qué vergüenza para la hija de un contrabandista!», se ríe Sylviane. Xabier tampoco lo tuvo fácil: «Yo estaba mal visto entre los vascos por ser aduanero y mal visto entre los aduaneros por ser vasco».

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