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El colega Moyano publicó en las redes una foto de Canuda, una librería de viejo que ofrecía miles de títulos, y me dio un ataque de nostalgia porque ese era mi primer destino cada vez que iba a Barcelona. Allí compré muchos libros, recuerdo sobre ... todo uno: 'La literatura boliviana de la Guerra del Chaco', toma ya. Para eso servían estas librerías: para deambular sin algoritmo y encontrar alguna rareza que no imaginabas que existiese ni que te interesase. Como recordaba Moyano, Canuda cerró en 2013, después de seis décadas, por una subida inasumible del alquiler. Y ahora, en vez de aquella cueva de tesoros imprevisibles, te encuentras con una de esas tiendas multinacionales de ropa repetidísimas en todas las ciudades. La diversidad urbana y sus sorpresas desaparecen a toda velocidad.
Lo que más me excitaba de mis primeros viajes adolescentes era la incertidumbre (salir de casa en bici ignorando en qué ermita iba a dormir, con quién me iba a encontrar); recuerdo los nervios al levantar el teléfono sin saber si por fin llamaba la chica que me gustaba o un vendedor de seguros; me atraen las pelis y los libros que me descolocan y no los medios robotizados que calculan lo que me va a reconfortar. Supongo que la edad nos hace segurolas, intentamos reducir la incertidumbre y luego jugamos a añorarla. Pero con la nostalgia solo se puede hacer una cosa interesante: apartarla rápido y lanzarse al presente. Contra la pereza mental, otra nueva aventurita.
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