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A Sergio Puchol le ofrecieron veinticuatro mil euros por dos olivos monumentales de troncos revirados, cargados de siglos. Era 2006, en pleno boom inmobiliario, y del territorio de La Sénia (entre Castellón, Tarragona y Teruel) salían camiones con olivos majestuosos para adornar rotondas, villas, urbanizaciones ... y empresas de media Europa. Puchol rechazó la oferta. Porque aquí el concepto de propiedad se agrieta: ¿a quién pertenece un olivo de dos mil años? Él explica que sus antepasados cuidaron el olivo desde tiempos romanos para que diera fruto y legarlo a sus descendientes, así que venderlo sería aprovecharse del trabajo de las generaciones pasadas y negárselo a las futuras: una traición a una comunidad que atraviesa los siglos.
Poco después, un incendio devoró los dos olivos. Siguen en pie, carbonizados, con ramas que renacen, y el padre de Puchol, que ahora tiene 88 años, no ha querido volver a verlos porque le duele demasiado. En 2013, Puchol fundó con sus socios Cumba y Vilanova una empresa en La Jana para cultivar variedades locales. Producen por ejemplo el aceite farga, de los olivos más antiguos, que requieren un trabajo lento pero dan un aceite extraordinario. Frente a los latifundios con monocultivos, reivindican la agricultura variada de las familias campesinas que mantienen vivos los territorios. «La generación de nuestros padres destrozó la costa», dice Vilanova. «No querría que nosotros nos cargáramos el campo».
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