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Mi padre Iñaki conseguía patrocinadores que pagaran la ropa de los chavales de la escuela de ciclismo y un Seat 131 de tercera mano como coche del equipo, tramitaba licencias, hacía de chófer, mecánico y tantas cosas; mi madre Arantza también nos traía y nos ... llevaba, ponía lavadoras de culotes y maillots, repartía bidones en la cuneta, recibía nuestras bicis rebozadas de barro en los circuitos de ciclocrós y les daba manguerazos, bajo el aguanieve, para entregárnoslas limpias en la siguiente vuelta. Otros padres y otras madres, otras personas de toda Gipuzkoa hacían lo mismo y se sacaban la licencia de director deportivo, entrenaban a los chavales, ejercían de jueces árbitros, montaban metas, vigilaban cruces y conducían motos de enlace para que cientos de infantiles, cadetes y juveniles compitiéramos los fines de semana.
En este país, tan orgulloso de sí mismo durante la salida del Tour como para presentarse con el lema 'Welcome to the Bike Country', el ciclismo base guipuzcoano sufre continuos obstáculos administrativos para organizar carreras y ha estado a punto de suspender el resto de la temporada. Dicen que así ya no habrá otro Ion Izagirre que gané una etapa del Tour dentro de diez años. De nuestra abundantísima generación salieron Zubeldia, Garate, Osa, pero eso es lo menos importante. El Tour importa un carajo si arruinamos el ecosistema ciclista y no somos capaces de sostener el entusiasmo de los chicos y las chicas que salen a pedalear.
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