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El Tour de 1910 también empezó en Bilbao. Al menos para uno de sus ciclistas más peculiares: Vicente Blanco pedaleó mil kilómetros de Bilbao a París para calentar piernas y se presentó en la salida. «Vi a los ases, a Faber, Lapize, Trousselier, pero no ... me asustaron. Ellos tenían que dar a los pedales igual que yo».
A diferencia de ellos, Blanco era cojo. Una máquina de los astilleros Euskalduna le trituró un pie y una barra de acero incandescente de la siderurgia La Basconia le fundió el otro. Cojeaba al caminar pero volaba en bici: ganó un montón de carreras vascas y fue dos veces campeón de España aplicando la teoría de las ganancias marginales cien años antes que Froome (llegó el primero a un control de firmas y partió el lápiz para que sus rivales tuvieran que buscarse otro, se dopaba con cazuelas de bacalao que le escondían sus amigos a lo largo del recorrido...).
En la primera etapa del Tour llegó fuera de control: «No pude hacer nada contra aquellas fieras bien alimentadas». El hambre era su obsesión, así que en Bilbao lo homenajearon con un banquete: «Blanco se zampó dos platazos de paella, cuatro tajadas de merluza en salsa verde, bermejuelas con picante y un chuletón de medio kilo con pimientos». Despreció la fruta («la fruta, pa los monos»), se lió un cigarro y vio aparecer a los camareros con enormes bandejas de loza. Blanco se palpó la barriga hinchada y gimió: «No hay derecho, hombre. ¡Haber avisao que teníamos arroz con leche!».
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