En 1553 los vizcaínos consiguieron la autorización real para el «rompimiento de la peña de Orduña». Pretendían construir una pista de carros que conectara Bilbao con la meseta castellana a través de los murallones de la sierra de Sálvada, donde las recuas de mulas subían ... y bajaban con mil fatigas y peligros. Pero los alaveses y guipuzcoanos denunciaron ante el rey que en el puerto de Bilbao se defraudaban impuestos, y le pidieron que instalara la aduana en Vitoria y dirigiera el tráfico a Donostia. Mientras los letrados abrían pleitos, las milicias alavesas tomaron iniciativas más contundentes: destruían de noche lo que los vizcaínos avanzaban de día. El rey suspendió las obras, a la espera de que «el tiempo dulcificara asperezas y ofreciera coyuntura más propicia». Solo pasaron dos siglos. En 1767 «vencieron la peña» y unieron Bilbao con Pancorbo, esquivando Vitoria, con una carretera de «gran bondad, fortaleza y hermosura». También levantaron la aduana de Orduña, colosal edificio neoclásico que solo funcionó cuarenta años, hasta que trasladaron las aduanas a los puertos.
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Hoy, tras dos décadas de obras, nadie ha decidido si el tren de alta velocidad se conectará con Navarra por Ezkio o por Gasteiz. Pero nos seguimos peleando y por si acaso ya tenemos desde hace diez años una estación fantasma en Ezkio, que costó cuatro kilos y podríamos reutilizar como monumento a otra de nuestras más queridas tradiciones: la de primero gastar y luego pensar.
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