Si un jugador te parece idiota y decides lanzarle un insulto racista, yo no sé si el jugador es idiota, pero lo que me queda claro es que tú eres un racista. Si alegas que solo lanzas insultos racistas a ese jugador y no a ... otros, porque es un chulo y te provoca, sigues siendo un racista: el insulto te muestra en toda tu miseria. Eres responsable de tus reacciones. Ante aquello que tú consideras una provocación, puedes responder insultando, agrediendo o de la manera más eficaz para desactivarla: ignorándola. «Me da igual» es una fórmula mágica en estos casos, pruébala, ya verás.
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Uno de mis recuerdos de niño en Atotxa son los gritos «¡indios fuera, indios fuera!» que se le cantaban a Hugo Sánchez, delantero mexicano del Real Madrid, como a otros jugadores latinoamericanos en tantos campos de la Liga. Soy optimista: ahora me parece impensable que el estadio de Anoeta coree gritos así, cánticos como el de «Míchel, Míchel, Míchel, maricón» o celebraciones de la goma dos. Hace un par de años, la grada de animación decidió dejar de cantarle al portero rival, cada vez que sacaba, aquel clásico «cabrón, hijoputa, maricón, tu madre se casó por dinero» (!). Hubo gente que respondió en las redes sociales que eso era una tontería buenista, que ese cántico venía desde los tiempos de Atotxa, que había que mantener el espíritu, que era una tradición. Como si tantas tradiciones que respiramos alrededor no se basaran justo en eso: homofobia, machismo, xenofobia, racismo.
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