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En el paraje de Arrazola, en la entrada a la selva de Irati, un sendero recorre varios monumentos naturales: las hayas trasmochas. Son hayas que crecen como candelabros, con un tronco viejo, rugoso, grueso y corto, desde el que se abren grandes ramas en todas ... direcciones que luego crecen hacia el cielo. No son formas naturales. Los leñadores y carboneros practicaban una explotación sostenible: cortaban las ramas pero preservaban el tronco, desde el que volvían a brotar ramas que ellos iban curvando y dirigiendo hasta formar copas extraordinariamente amplias y reutilizables. Cuando desaparecieron los carboneros a mediados del siglo XX, las ramas siguieron creciendo sin nadie que las podara, un día se cargaban de nieve, el tronco ya no podía sostener tanto peso y el árbol entero se derrumbaba. Las hayas trasmochas eran monumentos del trabajo humano y oasis naturales: con sus troncos retorcidos, con tantos pliegues y tantos huecos alfombrados de líquenes, servían de refugio para colonias de insectos, pájaros carpinteros, murciélagos. Así que los vecinos de Aezkoa decidieron preservarlas y a partir de 2008 volvieron a mocharlas. Ahí siguen en mitad del bosque, ocultas, discretas, unas pocas hayas con esa forma de candelabro que revela una obra conjunta de la naturaleza y los humanos, una huella del ingenio de nuestros antepasados para adaptarse a la hostilidad del mundo, incluso para modelarlo, y que a mí me impresiona más que cualquier paisaje virgen.
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